Adán y Adanes / Jaime Guevara Sánchez
Adán, el primer hombre, tuvo solo un nombre, el primero, careció de apellido. Por consiguiente, no debe sorprendernos que no le interesara la genealogía para nada. Esquivó la niñez. Como tampoco tuvo adolescencia evitó la edad del burro. Muy seguro de sí mismo llegó a la cima de su profesión sin tener que empezar desde abajo.
Aunque andaba ligero de ropa, las buenas y las malas lenguas aseguran que su pinta fue distinguida. Muy sencillo en su pañal de hojas de parra, muy simple en su comida y en su pensamiento, vivió al día, día a día; sin descubrir otras formas de hacerlo. Todo le funcionó de maravillas. Nunca afanó fruta del vecino, fue el primer conservador, posiblemente el primer reaccionario.
Originalmente el Jardín del Edén fue para él solito. En verano la luz de las estrellas arrulló sus sueños, en invierno dormía bajo los árboles. Cuando el ruedo del árbol se atoraba con tanto hueso, cáscaras de frutas y otra basura, simplemente se mandaba a cambiar a otro árbol y empezaba de nuevo.
Es verdad que Adán no tuvo a quien contar sus problemas, situación nada desventajosa porque no enfrentó tropiezo alguno, ninguna sorpresa, nada novedoso.
No obstante, comenzó a sentir nociones de soledad y ansias de compañía. Jugaba tirando piedras al río para ver cuál llegaba más lejos y declararla campeona, no había empates, muestra de su espíritu competitivo bien desarrollado. Pero el deporte de tirar piedras terminó en aburrimiento. Ocupado en contemplar las aves, la puesta del sol, vaticinador del clima (algo monótono porque en el Edén la temperatura era siempre maravillosa, como la de Patate), le quedaba tiempo para otras cosas.
La madurez desarrolló su inventiva. Adán construyó un cajón de madera y lo amarró al tronco de un árbol, cuidando que quedara situado por debajo de su estatura. Fue la primera “ánfora de sugerencias” con un pedido específico: “Necesito compañía”.
Adán nunca imaginó que luego de su singular paso por el Paraíso, llegarían otros Adanes, millones de millones. Adanes concupiscentes desenfrenados, acaparadores de todas las manzanas de la tierra, atracadores de otros paraísos, inventores de guerras, creadores de pobreza. Y los Adanes Indignados reclamando equidad para todos los Adanes, sin excepciones.
El Edén de primer Adán, el Edén del pecado original se ha ido para siempre… A los Adanes ecuatorianos sólo nos queda el Yasuní-ITT… (O)