Agonía en una pandemia / Mauricio Calle Naranjo
El tiempo se hace más pesado entre lágrimas y el dolor de haber perdido a un ser querido. Ha pasado un año desde la declaración de la Emergencia Sanitaria en Ecuador y las muertes no se detienen, cada día muchas almas se apagan, ante la mirada impávida e inerte de los que juraron dar su vida por sus mandantes, y por años lograron esconderse detrás de una sonrisa demagógica que huele a una mezcla de vanagloria con arrepentimiento.
Respiras y la sensación de un vacío inmenso te llena de dudas e incertidumbre acerca del futuro, similar a caminar descalzo a través de senderos con espinas y piedras puntiagudas que desangran tus pies. Te asusta lo frágil que eres y ahora aprecias la probabilidad de un amanecer, sueñas con la ilusión de un mañana.
El virus cruel y hostil, desahoga su resentimiento infectando a lo que se cruce en su camino. De un impulso se disfraza de guadaña, usurpando a la muerte, y con un firme golpe corta a la mitad las esperanzas de la ingenua humanidad, la cual nunca reflexionó sobre las consecuencias de su conducta y desobediencia.
Todos tiene dos opciones ¿salir o quedarse en casa?
La ciudad tiembla ante una encrucijada mortal y macabra; de repente se desveló la irresponsabilidad del ciudadano. Abre tu ventana, es posible verlos correr desesperados, sedientos por una gota de fe.
Una y otra vez, la pandemia como olas del mar rompen en el pecho asfixiándolo lentamente. Las súplicas no quebrantan la voluntad de un ser sin alma. No lo culpes, simplemente disiente porque no encuentra bondad en el planeta. Cansado ya está de la hipocresía y vanidad inherente a una civilización que ostenta sagacidad a costa de proteger a su familia. (O)