Amor y odio

Columnistas, Opinión

En un tiempo convulsionado, frenético y cargado de zozobra con tantas “pandemias” (Covid19, paro indígena, narco política, narco delincuencia violenta, apagones y más), no conformes con esto, gracias a la inducción y “siembra” de los politiqueros, estamos siendo testigos de un comportamiento colectivo colmado de sentimientos malsanos como egoísmo y envidia a los demás, al punto que se han hecho preocupantemente comunes las palabras “odio” y “odiador”. El odio, propio del ser humano, es una de las emociones más intensas y complejas que experimenta él. Casi siempre es un factor clave en conflictos personales, sociales y políticos.

Neurocientíficamente el amor y el odio revela que ambos sentimientos comparten estructuras cerebrales similares, aunque se manifiestan de manera diferente en términos de procesamiento emocional y conductual. El circuito del odio incluye áreas en la corteza y subcorteza, y se asocia con conductas agresivas. Aunque no hay un «gen del odio», las emociones negativas pueden estar influenciadas por la variabilidad en genes relacionados con la regulación emocional, como el receptor de dopamina DRD2.

Un líder de masas, llámese religioso, gurú, jefe o presidente, necesariamente influye grandemente sobre los demás, entonces tendría como obligación moral infundir amor, libertad y respeto mutuo a todos sus semejantes ya que el amor tiende un puente en el abismo que existe entre lo que somos y lo que queremos ser, nos da todo lo que tenemos y somos, y sin él estamos vacíos, atrapados en una prisión de negatividad y desesperación. Ya lo dijo el apóstol san Pablo: “El que ama al prójimo ha cumplido la ley”, pero la absurdidad que vemos a diario en las acciones de las masas humanas que, manejados por los politiqueros, cual marioneta al viento, es que les van alejando del amor y atrayéndoles al veneno del odio.

La figura paterna como referente y las neuronas espejo en la imitación y el aprendizaje de conductas, emociones y reacciones observadas, desempeña un papel crucial en el desarrollo emocional, social y cognitivo de los hijos. Así, en un entorno familiar donde ha existido conductas delictivas puede aumentar el riesgo de desarrollar problemas de personalidad, estado de ánimo y de conducta.

El que presenta comportamiento sociopáticos por ejemplo es muy agradable e incluso carismático, llama mucho la atención y a veces despierta admiración y elogios de los demás, es capaz de hacer que los demás hagan lo que el quiere, empleando diferentes estrategias, sin sentir el menor remordimiento ni medir las consecuencias de sus actos, no le mueve ni ayudar a los demás, ni que el mundo sea un lugar mejor, por lo tanto si realiza alguna buena obra, existe un motivo oculto, capaz de mentir y manipular sin remordimiento y a menudo rompe relaciones de pareja y no por amor o desamor, sino por poder o egocentrismo, incapaz de empatizar, necesita tener el control de las situaciones y siente que tiene el derecho o la posesión sobre las personas, hace que las personas se enfrenten entre sí para lograr sus objetivos, miente constantemente, carecen de remordimiento entre muchas otras características… ¡El amor siempre será más fuerte que el odio! (O)

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