¿Analfabetismo emocional?

Columnistas, Opinión

Es curiosamente preocupante constatar a diario la escasa o casi nula importancia que le damos al aprendizaje de la educación emocional, pues creemos que es suficiente con saber cómo debemos ser en nuestra vida sólo y exclusivamente en base a nuestro aprendizaje emocional sin timón como resultante de lo visto a nuestro alrededor en todas nuestras fases de crecimiento, arrastrando todas nuestras heridas emocionales como una carroza arriada con caballos desbocados. 

Educar nuestros sentimientos, controlar nuestras emociones y gestionarlas de forma correcta para poder hacer frente a la adversidad y a los fracasos, y saber relacionarnos con los demás son herramientas indispensables para llevar una vida más o menos feliz. Sin embargo, no nacemos sabiéndolas, sino que tenemos que aprenderlas. De allí que la inteligencia emocional se ha convertido en una destreza esencial en la salud de las personas y que es hasta mucho más importante que el cociente intelectual.

Se podría decir que en los animales funcionan el instinto y las emociones; su problema es la falta de inteligencia. En la especie humana, dotada de inteligencia, en cambio, el problema es la falta de control de sus instintos y emociones, no saber gestionar los sentimientos, La gente debe darse cuenta de que la razón por sí sola no puede resolver todos los problemas, no basta. La tecnología ha contribuido tanto a mejorar como a empeorar nuestra situación. El problema está en que la capacidad de las emociones para apoderarse y secuestrar al cerebro cuando nos enfadamos va ahora de la mano de un poder de destrucción mucho mayor, producto, en parte, del desarrollo tecnológico. Los grandes enfados, los ataques de cólera, que en otro tiempo cumplían las funciones de garantizar la supervivencia frente a un peligro físico real o una situación de vida o muerte, no tienen ya una justificación práctica y sólo nos crean problemas. Por eso el objetivo hoy día sería introducir la inteligencia en el control de las emociones. 

Nuestro buen manejo emocional tendría al menos cinco componentes: el autocontrol, es decir, conocer nuestros sentimientos y utilizarlos para tomar decisiones acertadas. Luego estaría la gestión de las emociones, principalmente las negativas, de manera que los estados de ansiedad no nos conduzcan a hacer cosas de las que luego nos vamos a arrepentir. El tercer componente sería la motivación, funcionar con objetivos, permanecer optimistas a pesar de los contratiempos y los fracasos; el cuarto sería la empatía, es decir la capacidad de saber lo que los demás sienten sin necesidad de palabras, porque la gente casi nunca nos dice con palabras lo que siente, nos lo dice el tono de voz y su lenguaje no verbal. Y por último estaría la percepción social, saber identificar las claves necesarias para interactuar, saber tratar a la gente para que se sienta mejor. 

Los centros emocionales del cerebro están conectados con el sistema inmunológico y otros sistemas vitales. Alimentar conocimientos de cómo funcionamos emocionalmente para tener slogans mentales depurativos en base a una fortificada gimnasia mental tendrá un efecto positivo e inmediato en nuestra salud mental y corporal. Hay centenares de estudios con enfermos que demuestran, por ejemplo, que las personas que siempre están angustiadas o pesimistas, siempre enfadadas y alteradas emocionalmente tienen el doble de riesgo de contraer enfermedades graves. La lógica objetiva nos está diciendo que no basta con haber ido al colegio o estudiado una carrera o incluso haber hecho un máster en el extranjero. Ahora necesitamos también aprender a administrar nuestras emociones, o de lo contrario lo vamos a pasar muy mal. (O)

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