Andamiajes éticos / Jaime Guevara Sánchez
En estos tiempos en los que se busca popularidad a cualquier precio conviene recapitular que más valor tienenlas convicciones. No estará de más recordar lo que un siempre lúcido y ya viejo Chesterton dijo a quienes le trataban de reaccionario: “aprendí lo que era la libertad cuando pude darle nombre de dignidad.”
En el principio fue el miedo. En el principio fue el temor a que las propias convicciones no dispusieran de la popularidad que señalaban los sondeos. En el principio fue el pánico a ir contra corriente, el horror al deterioro de la propia imagen, el espanto de quien se queda a solas con sus ideas. Porque el liderazgo político de nuestros días no se basa en la ejemplaridad de la conducta sino en la adaptación a las circunstancias.
Lo más preocupante de este tiempo no es sólo que las sociedades hayan perdido aquellos valores esenciales que explican el andamiaje ético de una civilización. Es más lamentable, en fin, haber bajado a un nivel en el que el espesor del compromiso con la verdad se considere menos apreciable que la delgadez del relativismo.
Es desolador que, tras haber afectado una a una las fortalezas en las que se inspiraba la civilización, haya quienes quieran convertir lo que no es más que intemperie ética en refugio ilusorio de una irresponsable libertad.
Los verdaderos historiadores, de aquí y de allá, han percibido siempre la crisis de una civilización en la pérdida de una conciencia, en la erosión de una serie de certezas fundacionales en las que cobre significado el sentirse parte de una inmensa tradición y de un gran proyecto de vida en común. La ausencia de esa perspectiva, mucho más que las penalidades materiales, es lo que ha conducido a la destrucción de países que dejaron de creer en ellos mismos porque empezaron por perder su fe en los principios sobre los que se habían constituido.
La quiebra de los valores en los que funda una comunidad afecta a la imprescindible integridad de una jornada, a la validez de una manera de entender el mundo, a la firmeza de un modo de ordenar una existencia colectiva. (O)