¡Aprende! 

Columnistas, Opinión

Se cuenta que cuando un niño está en el vientre de su madre contiene en sí mismo todo el conocimiento del Universo: sabe cuántas estrellas hay en el firmamento, cuántas gotas de agua contienen los océanos y cuántos granos de arena cubren las playas y desiertos. Conoce los misterios del cielo y las estrellas y domina hasta la última letra de la Torah, los Vedas y el Corán. Y sí, sabe también cómo es y en dónde está Dios. No hay misterio sobre la faz de la tierra que desconozca, ni misterio en el cielo o en el mar que no pueda resolver. 

Pero cuando está a punto de nacer, su ‘Ángel de la Guarda’ con gracilidad y dulzura coloca su dedo en el labio superior justo debajo de la nariz, sellando así todo ese conocimiento dentro de él haciendo que lo olvide por completo. En ese instante le susurra al oído una sola palabra: “APRENDE”.  

Esto nos recuerda que la pequeña hendidura entre el labio y la nariz llamada surco nasolabial, es el último punto en la formación del rostro del bebé. Así que, cada vez que vea el suyo ya sabe quién se lo hizo y para qué lo tiene. 

Sin embargo, y dado que en ocasiones el surco estaría siendo apretado con demasiada fuerza o por el contrario muy débilmente, tengo la impresión de que el famoso ángel de la guarda vendría con alguna falla de calibración sensitiva, de modo que se correría el riesgo de «fabricar niños” extremadamente bobos o por el contrario “vivísimos” dependiendo de cuánta presión haya ejercido la deidad en el surco. 

Hay un par de ejemplos que evidencian con absoluta certeza mi tesis. Es el caso, en primer término, del dictador venezolano Nicolás Maduro que, dado su nivel de cuasi analfabetismo y torpeza supina, el ángel seguro apretó con tanta fuerza el surco que prácticamente no le dejó nada en la cabeza, hizo que olvide hasta el respeto por sí mismo, todo. Aparte, cuando el ángel le dijo ¡Aprende! él entendió: ¡arremete!, fue así que la arremetida se convirtió en el actual baño de sangre ya anunciado. 

En el otro extremo está Rafael Correa, quien piensa que lo sabe todo y que su palabra es casi divina, de ahí su elocuente exceso de vanidad y narcisismo provocado porque su ángel apenas le habría rozado el surco haciendo que olvide únicamente la humildad y la vergüenza, lo cual puede parecer muy poco, pero, como bien supondrá, lo son todo. Además, el aún nonato Rafaelillo, cuando iba a nacer habría escuchado “aparente” en vez de ¡Aprende! de ahí que todo lo que dice y hace son solo apariencias. 

Como vemos, los dos cerraron sus oídos a los ángeles y al pueblo (si acaso son lo mismo). “Aprendieron” eso sí y bastante bien a hacer el ridículo con sus excesos.  (O)

mariofernandobarona@gmail.com 

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