Buenos días alegría / P. Hugo Cisneros
Todos los días al abrir los ojos, que es uno de los mejores dones que Dios me da al comenzar un día, siempre saludo a mi interioridad diciéndole «Buenos días corazón».
Es el momento más satisfactorio, pues descubro que nadie me ha quitado el derecho de ser feliz, de estar alegre y constatar que «tengo todo para serlo», y que la dicha, la felicidad no se la encuentra «fuera de uno», sino en la interioridad de las personas.
Mientras más sientes y conoces a tu corazón, sentirás y experimentarás no sólo la posibilidad de ser feliz, sino de serlo ya que grande es la oportunidad, al clarear el día de «poder comenzarlo, siendo feliz y alegre».
La alegría no está para ser buscada fuera de uno. La alegría tiene sus raíces en nuestro interior y mientras más honda sea, y mientras más «profunda esté es más real y verdadera; Aunque el contexto que nos rodea no sea tan propicio, sea hasta adverso a nosotros, nadie nos ha quitado el derecho de ser alegres, ser felices. Cada día es una oportunidad nueva para que, dejando el peso del ayer, podamos hacer algo más y mejor de lo que ya pasó. Es bueno ser alegre y feliz de una manera nueva.
La alegría no es para buscarla, es para expresarla, por eso la fiesta es la expresión más hermosa de la alegría del hombre, de su felicidad. No podemos armar una fiesta para ir en busca de la dicha, de la alegría, de la felicidad. La fiesta hay que amarla cuando nuestro interior, nuestro corazón está alegre, es feliz.
Que bello ver a la gente que en una fiesta, en una reunión, en una comida, signos de celebración de la dicha, entregan su interior y cambian el ambiente y no necesitan de muchas cosas, sino de la sencillez de los hechos y de las cosas para hacer que una fiesta, una reunión, sea alegre, dichosa.
A pesar de todo podernos ser felices porque nadie manda en nuestro interior y somos nosotros los protagonistas de la riqueza o miseria de nuestro corazón.
En toda fiesta que realicemos no tenemos otra alternativa: o armamos la fiesta para expresar nuestra dicha, nuestra satisfacción, nuestro gozo, o dejamos que la fiesta arme nuestra alegría que no pasará de ser superficial, pasajera, materializada y hasta dañina.
El sermón de las bienaventuranzas, (Mateo 5,1,12) (Lucas 6-26) de las dichas que proclama Jesús como condición para la aceptación de su mensaje y de su llamada. Hay que ser dichosos o bieneventurados para poder decirnos seguidores de Jesús. (O)