Carta de intención / Fabricio Dávila Espinoza
El 20 de febrero se logró un acuerdo técnico con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Este organismo multilateral fue creado en la Conferencia de Breton Woods, en julio de 1944, aunque inició sus operaciones el siguiente año. El Fondo tiene tres objetivos: aplicar códigos de conducta financiera, facilitar recursos para evitar desequilibrios monetarios y propiciar la consulta y colaboración entre estados. El FMI es la entidad financiera con mayor influencia en la economía mundial.
Sin embargo, el acceso a sus recursos no es posible sin la firma de una carta de intención, es decir, el documento en el que están redactados los términos del acuerdo; las metas que el país debe cumplir y los mecanismos para lograr dichos objetivos. Las cartas de intención tienden a ser rechazadas por las exigencias que imponen a los estados: ajustes en los precios de combustibles y servicios públicos; recortes de personal; subida de impuestos; etc. Así funciona el FMI, a cambio de ofrecer tasas de interés moderadas y plazos bastante amplios, a diferencia de otros organismos, como el gobierno chino, con el que mantenemos varios créditos heredados de la administración anterior.
La primera carta de intención fue firmada seis décadas atrás, en 1961, por Velazco Ibarra y el último desembolso data del año 2003, durante el gobierno de Lucio Gutiérrez. En este período sumamos 18 intervenciones del Fondo en la política económica nacional. Las autoridades actuales han revelado algunos detalles del nuevo financiamiento. El crédito será de 10.200 millones, el gobierno sólo podrá decidir el destino del 65%, el resto será para proyectos específicos. Las tasas de interés no superarán el 5% y el plazo será de hasta 30 años.
Aparentemente, es inevitable firmar esta “carta de intención”, la número 19 de nuestra historia. No hay buenos recuerdos de las precedentes, muchas sirvieron para empobrecer a los ecuatorianos. El contenido exacto no está disponible, todavía es prematuro conocerlo; pero el pronóstico no es bueno, habrá duros ajustes en la economía nacional, con el objetivo de poner un poco de orden tras diez años de grandes barrumbadas, es decir, de gastos excesivos realizados por vanidad y de recursos perdidos en manos manchadas por la corrupción. (O)