Catorce años de luchar por la independencia (1808 – 1822)

Columnistas, Opinión

Después del 10 Agosto de 1809, la sociedad del Quito colonial, podemos decir que quedó en lucha sostenida e intermitente hasta que se dio el hecho triunfal el 24 de mayo de 1822 en la Batalla del Pichincha. No fue lo que algunos piensan que después de la masacre del 2 de agosto de 1810, la represión realista se impuso hasta que llegaron las tropas de Bolívar y Sucre a zafarnos de las cadenas monárquicas.

Resalto y me entusiasma el haber dado con un libro que aporta informaciones sobre este período de más de una década, en que los pesimistas pensaron que fue un tiempo perdido. La investigación detalla todas las contradicciones con las que se fue fermentando el insumo de una bebida sanguinolenta que nos llevó a romper un esquema administrativo con lo cual se ha dejado la impronta de que es el pueblo quien lucha sostenidamente en procura de espacios para saborear una pequeña copa de libertad. Me sustento en el libro  Batallas Cotidianas (1808 – 1822) escrito por Ivonne Guzmán y María Antonieta Vásquez Hahn, Quito 2023.

Toda represión tiene sus represores que primero se escudan en las caretas del lenguaje. Desde la barbarie hay que calificar a sus excesos como “pacificaciones”. Y tras la máscara de los “pacificadores” están los perversos, los sanguinarios, los beneficiarios del  poder que han vendido su alma al diablo. Uno de estos protagonistas de la  infamia se llama Manuel Arredondo Mioño, hijo de Nicolás Arredondo y  un óvulo desafortunado de la limeña Josefa Mioño. “En 1809 el virrey de Lima José de Abascal le nombró comandante de las fuerzas realistas enviadas desde el Lima para reprimir la gesta patriótica del Primer Grito de la Independencia del 10 de Agosto de 1809… el 2 de agosto de 1810 consumó la feroz matanza de los próceres de la Independencia y la bárbara masacre de alrededor de 300 ciudadanos de Quito, cuyas casas y negocios fueron saqueados y destrozados. Por este crimen, Ruiz de Castilla le ascendió a coronel…”(Alarcón Costa, DBE).

Diligentemente, Arredondo había llegado a Quito en noviembre de 1809 y “había exasperado los ánimos de los militares y día a día crecía en Quito la certeza de que pronto se haría efectiva la promesa de permitirles un saqueo a manera de premio…El recuento de los hechos (de un 7 de julio) fue publicado en un diario de Santafé de Bogotá: < Los soldados de Lima, principalmente los zambos que llegaron a esta ciudad comenzaron a robar con desvergüenza y libertad. Lo hacen en las calles, en los caminos; en el cuartel a los que están allí presos… ellos cometen violencia, estupros (abuso sexual) y otros delitos y en todo hallan impunidad… también es cierto, que tres días antes del alboroto de que se trata, se hizo público el que los soldados (habían pedido) permiso cinco horas  antes de saqueo que les ofreció en Lima  y Guayaquil…posteriormente se fijaron carteles anunciando el saqueo como efectivo…>” (citado por Guzmán y Vásquez, p. 58). ¿Qué le tocó al pueblo de Quito sino defenderse? Pero estaba hecha la trampa para calificar a la defensa como insurrección.

Entre las víctimas que señala la cita al periódico bogotano, consta el nombre de Manuel Yañez, a quien, por haber avisado a la gente que se iba a dar el saqueo: “Al instante lo arrestaron en el cuartel, y a las tres horas estuvo sentenciado a azotes, los que se lo pegaron en la plaza sobre un burro de albarda, con una correa armada de puntas de acero, que le desolló las espaldas. ¡Oh crueldad inaudita!…”. Para terminar esta crónica señalo lo que dicen las autoras de esta investigación: “Las tropas de Arredondo, seguramente  fueron las que más daño ocasionaron a Quito – no solo el 2 de agosto de 1810, sino todos los meses que permanecieron apostadas en la ciudad”- Pero esto, según la lectura del libro, se volvió costumbre hasta luego de la Independencia. (O)

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