Científicos al poder / Esteban Torres Cobo
Cuando la pandemia inició no faltaron llamados a que los científicos tomen el control y releguen a los políticos a segundo plano. En todo el mundo. Mucha gente no comprendía cómo podía tener la última palabra un político y no un científico experto en epidemias. ¿Por qué toman las decisiones esos y no éstos otros? ¿Qué saben? ¿Por qué existen siquiera y por qué dependen de ellos las directrices para lidiar con lo que se vive?
Hoy, en varios países como Alemania, por ejemplo, empezaron demandas contra el Estado por la violación de derechos fundamentales de ciudadanos en las restrictivas medidas tomadas para manejar la pandemia. Todas ellas, dispuestas por políticos que parecieron rehenes de lo sugerido por los científicos. El resultado: restricciones draconianas de circulación, confinamientos inhumanos, suspensión de clases y la larga lista de prohibiciones que todos conocemos. Estos días, en plena batalla electoral en España, muchos nacionales tienen más restricciones que extranjeros y visitantes para moverse. La gente no se explica por qué.
Que esto no se entienda como una apología a los políticos o una exaltación a virtudes que en lo personal les hagan mejores que otros. En absoluto. Pero sí en una reivindicación del rol de la política en los momentos de mayor complejidad general. Y en su interconexión del mayor número de disciplinas, ámbitos y escenarios con un solo fin: la toma de la decisión de lo que conviene y lo que no. Por eso es que no tenemos sociedades (o no las deberíamos tener) en donde la decisión sobre el destino de las grandes mayorías dependa de los gremios o de los que no han pasado el filtro de la política.
Ahora, ha sido precisamente esta pandemia la que ha revelado quienes fueron mejores que otros en esta gran prueba. Los políticos malos se han confirmado como nefastos. Los buenos, como útiles y necesarios. Pero el destino hubiera sido otro si la decisión sobre el manejo de la pandemia se delegaba completamente a los gremios de científicos. Las restricciones y los confinamientos no tuvieron implicaciones científicas únicamente, sino fundamentalmente sociales, económicas y familiares. La frase de los pontífices modernos “el dinero se recupera, la vida no.” fue distinta en la realidad. (O)