Civilización en llamas / Luis Fernando Torres
En la monumental novela de León Tolstoi, Ana Karenina, se encuentra la siguiente idea ilustrativa de los comportamientos humanos: “todas las familias felices son iguales, mientras cada familia infeliz es infeliz a su manera”.
De esa analogía, Solzhenitzin, autor del Archipiélago de Gulag, construye una poderosa reflexión sobre el desafío de la civilización frente a las revoluciones.
Mientras las civilizaciones se parecen en sus caraterísticas generales, las revoluciones tienen sus peculiaridades, dice el célebre disidente ruso.
Y, desde allí, hace una llamado para que la civilización sea el antídoto de las revoluciones. En otras palabras, habiendo concluido que la civilización es la expresión de los buenos comportamientos de los individuos y de las más nobles maneras de las naciones, advierte que los remolinos revolucionarios se disuelven o se encaran con lo único que hace iguales a los humanos, la bondad.
Si desaparece lo bueno de las personas y las naciones, las revoluciones tienen el camino abierto para destruir lo que encuentran a su paso.
En un discurso que pronunció en Harvard, el escritor ruso recordó, en la década de los ochenta, antes de morir, que cada vez hay menos líderes y, cuando existen, son históricamente más pequeños, para hacer frente a problemas cada vez más complejos.
Hoy los ciudadanos y las familias somos iguales ante la pandemia, pero tenemos nuestras peculiaridades para encararla.
Lo importante es que, en términos generales, estamos del lado del comportamiento civilizado que extrae lo mejor de nosotros para evitar el caos y la destrucción.
Sólo se necesita que los que tienen posiciones de liderazgo, por las funciones que desempeñan, recuerden que el problema de la pandemia es tan complejo, que solamente en equipo, con sabiduría y refrenándose de la figuración, pueden hacer los aportes que se esperan de ellos. (O)