Clamor campesino / Mauricio Calle Naranjo
Ecuador, desde la mitad del mundo despiertas envidia por tu tierra fecunda y tu pueblo abnegado. Doradas praderas son hogar del campesino, que a través de los años ha caminado vendado los ojos atravesando estrechos chaquiñanes, aprendiendo de cada tropiezo y levantándose con la fuerza de un corazón aguerrido.
Tus verdes campos han sido olvidados por intereses mezquinos de aquellos que solo se preocupan por fortalecer los muros de sus castillos, porque temen el día donde hierva la sangre que circula en los cuerpos de quienes trabajan como máquinas desde el amanecer bajo el sol ardiente, obligados a pagar los tributos al terminar la jornada.
Eres cordillera que te elevas a pesar de las hostiles intenciones del que utiliza un disfraz para repeler a las langostas que devastan los pastos, sin embargo, evitan a toda costa perjudicar al enjambre del cual forman parte.
Tus ríos se secan por la sed de poder de los fétidos discursos de falsa equidad e ideologías caducas, mientras que tus valles tienen sequía de creatividad y liderazgo. Caudillo indolente, ahora vive cegado en el hedonismo de la tecnología, pendiente de su popularidad más no del niño que hace travesuras en la tierra negra tratando de engañar al hambre.
Ecuador, hoy clamas una generación de jóvenes guerreros que sueñen en el bien común y eviten empantanarse del nefasto pasado. Jóvenes con coraje y valentía, que batallen a los pies de los volcanes contra la infamia envenenada de codicia. Jóvenes de rostros sinceros e iniciativas que nutran los cultivos para alimentar a nuestros hogares.
Basta de palabras inertes y corazones fríos, llenos de intenciones que claudican al finalizar la noche.
¡Ecuador, orgullo tengo de vivir bajo tu cielo!
¡Ecuador, orgullo tengo de trabajar tu campo! (O)