Comunicación en el ojo ciudadano

Columnistas, Opinión

Todas las opiniones son bienvenidas en un ambiente distendido de libertad de expresión y ejercicio democrático, tanto que en ese espacio, criterios de lo más dispersos, analítica, objetiva y diametralmente expuestos, forman parte de una cadena que superó los exiguos resquicios disponibles en los tabloides para mostrarse  y se encaramó en la amplitud (temporalmente) inconmensurable de las redes sociales, porque esta vía, de a poco, va consolidándose en el clúster de comunicación poblacional bidireccional más efectivo, al alcance de la mano.

Emitido un mensaje, en breves segundos tendrá una respuesta, tan clara como un signo de aprobación o negación, cuando no, la emocionante presencia de un sticker animado con el que se transmite un apropiado sentimiento, en relación con lo que se ha compartido o consultado y, eventualmente, una respuesta escrita que incluye un comentario asertivo, un “me gusta” o una explícita contradicción, fundamentada o no.

Incuestionablemente y con razón, se afirma que “la prensa está obligada a ejercer una vigilancia de un gobierno” y -como una obviedad- se insiste en que no puede ser amordazada o limitada en su accionar legítimo en búsqueda de la verdad, con observancia de la normativa vigente sobre la materia.

Ahora bien, en un momento en que, con tanto cuestionamiento “la verdad” se ubica en el andarivel de la duda o simplemente ya no es verdad y evidenciamos respecto de ella, manifestaciones matizadas, hechos alternativos, comentarios secuenciales, desprolijos y hasta reiterativos de algo en específico, cabe preguntarse sobre la veracidad y legitimidad de esa búsqueda y ejercicio de vigilancia ciudadana directa, en su nuevo espacio natural de interlocución, sin que esto signifique pretender suplantar o soslayar de ninguna forma el legítimo ejercicio profesional del periodismo y la existencia misma de los medios de comunicación (algunos de ellos, cada vez más restringidos).

Esta es una realidad que vivimos y aún con reservas, la admitimos como cierta.

Pero, se me figura además que, de un momento a otro, salió del yo interno de las personas esa necesidad investigativa y ese cuestionamiento tan propios del periodismo, y todos, de una forma o de otra, terminamos sintiéndonos tales, o por lo menos intentando serlo e imitar -con sus limitaciones- esa dignísima profesión, para dejar saber a los demás lo que pensamos sobre algo, o alguien en particular, aportando incluso -con apoyo de la tecnología disponible- fotografías y videos compartidos en el instante mismo en que se producen hechos noticiosos.

Propicio entonces recordar que el idioma, la lengua, es un ser vivo, es un hecho social y como tal, los vocablos, el léxico, van ajustándose e incorporándose en función de la realidad social y el uso de esas expresiones que coloquialmente definen acciones, aptitudes y actitudes de la gente.

Esto, simplemente traído a colación de los últimos acontecimientos y registros de la Real Academia de la Lengua Española que dan cuenta y difunden la incorporación de voces, términos y usos lingüísticos coloquiales y frecuentes, que naturalmente formarán parte del día a día de la comunicación ‘ciudadana directa’ o de la periodística.

Resaltar eso sí, que la Real Academia, insiste y con fuerza, en la necesidad de utilizar el idioma y las acepciones apropiadamente, a efectos de no confundir sexo con género, tanto más que lo uno es biológico y lo otro gramatical.      

En cualquier caso, concluir expresando, dada la coincidencia que, nuestro gobierno y las autoridades legislativas en funciones tienen, en cada uno de sus electores, un potencial “periodista de seguimiento” de sus acciones, de sus ofertas y de sus compromisos, de manera que -aplausos y críticas- se sucederán espontáneamente y aflorarán sin previo aviso. (O)

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