Con el alma a cuestas / Guillermo Tapia Nicola
Hay momentos en los que el espíritu se quiebra y obnubilado, no encuentra refugio ni tan siquiera en las lágrimas, porque estas se niegan a brotar de tanta rabia.
En otras épocas, bien podríamos atribuir este episodio a una indebida alineación astral que -por ser tal- busca reacomodar las fuerzas del universo para reiniciar el modus operandi del cosmos. Pero, ahora, ni eso podemos enarbolar. Estamos cual barco a la deriva, enfilando de frente en busca del norte, pero enfrentando un vendaval que se traduce en una cochina justificación de la osadía, el desprecio y la miseria humana que se han juntado para desde lo alto de El Panecillo, emulando al Parnaso (monte de la Fócida griega consagrado a las musas), ver a la ciudad desplomarse, destruirse y abandonarse a propia suerte.
La confabulación de la historia, advertencias y designios divinos y que me importa vecinal, sumados a la normativa jurídica de los trescientos años y la «sabia intervención -in extremis- de unos jueces», parece que están haciendo mella y agrietando el alma de la capital ecuatoriana.
Y la memoria permanece intacta. Inamovible. Permitiendo apacible el desenfreno y la podredumbre. ¡Será que se nos fue la luz libertaria! ¿Y hasta el simple caminar perdió su paso?
¿Qué le pasó al Quito de las gestas, de las causas nobles, de la razón y la justicia?
Un siniestro personaje llegado a la alcaldía como él llegó, sujeto de los hombros por unos cuantos tramoyistas y payasos circenses que aprovechan y hacen de las suyas y de las ajenas, no puede permanecer en ese cargo ni debe causar tanto daño a la ciudad y a su gente.
Además de lo dicho por el TCE, se impone impulsar con urgencia el pronunciamiento de la Corte Constitucional y apurar una revisión constitucional o una consulta popular que permita asumir una constitución diferente a la actual y de ser posible, avanzar en la implementación de una segunda vuelta electoral, que garantice la elección de los alcaldes con más del cincuenta por ciento del electorado cantonal, en tanto que sus ediles vuelvan a postularse para el desempeño de una función honorífica -como antaño ocurría- para evitar que estos sainetes caprichosos se sucedan en el futuro.
Solo entonces, el espíritu humano, en ejercicio pleno de su conciencia, fortalecerá la base de principios y valores que constituyen su razón de ser y del hacer de la política como herramienta legítima de defensa y reivindicación de derechos.
La evolución de eventuales viáticos y traslados por una gestión, a dietas por sesión y, más tarde, a sueldo mensual, han trastrocado la mística de servicio y han confundido a más de uno en el significado del servicio público.
A veces el remedio resulta más pecaminoso que la enfermedad. (O)