Con la libertad a cuestas / Guillermo Tapia Nicola
En el mes conmemorativo del Bicentenario de Independencia que, sin desconocer el bagaje ancestral y lo interesante de esa sincronía y mezcla racial nos legara, no solo nombre propio, cuanto un propósito de vida en libertad y democracia, resultaría inadmisible no referirse a temas indisolublemente ligados a aquella, como la libertad de expresión, de pensamiento y circulación de ideas que -en conjunto- fortalecen la paz y vigorizan la república.
Pero no sólo esas premisas, también deberán incluirse en el proceso reflexivo; la igualdad, la equidad y el respeto, en tanto son partes consustanciales de un fundamento mucho mayor: la humanidad.
Claro está, que sin libertad de expresión sería irrealizable que la ciudadanía se informe o demande de sus autoridades una adecuada rendición de cuentas, como tampoco, que exponga o comparta posiciones con sus congéneres, limitando en consecuencia su propia percepción y su visión del mundo.
El alcance democrático de esa libertad implica, para cada uno de los individuos, tanto la facultad de expresar sus pensamientos, como la de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo. Y se lo hace, en forma oral o impresa, por medios masivos de comunicación o cualquiera otro que se elija. Va de suyo -cuanto le sea posible- el reconocimiento de una dimensión colectiva a recibir, expresar y difundir información e ideas.
Y es que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión” pero nada, absolutamente nada de lo anterior sería factible, si no seríamos seres libres.
Y esa libertad la alcanzamos precisamente hace doscientos años y desde entonces, disfrutamos de la facultad de poder actuar de acuerdo a propia voluntad, con una gran cuota de responsabilidad, y con capacidad para discernir y asumir las consecuencias y resultados de los actos y decisiones que cada individuo adopta.
¡Eso, es inconmensurable!
Nos permite volar, correr, caminar o simplemente gatear. Movernos, en definitiva.
En realidad, todo, siempre y cuando no se sobrepase ni coarte la libertad de los demás, vale decir, el respeto, en lo singular y en lo colectivo, como base de la dignidad humana.
De ahí que no pierda actualidad la frase de Benito Juárez “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.” que expresa la conciencia universal de qué, tanto individuos como naciones, son libres y soberanos y les asiste el derecho de auto-gobernarse y auto-determinarse.
Avanzando en el esquema, es preciso señalar, de otra parte, que equidad e igualdad, son -por así decirlo- dos conceptos que no son antílogos (esto es, con límites o líneas rojas que no se puedan pasar), pero tampoco sinónimos (es decir análogos o correspondientes). Son en realidad dimensiones de la justicia social y conceptos diferentes con implicaciones distintas a nivel sociopolítico.
Los estudiosos nos dejan saber que “Igualdad significa tener todos lo mismo, y equidad significa tener todas las mismas oportunidades. En equidad, todas las personas pueden tener acceso a lo que necesitan. La igualdad, por el contrario, determina que todas las personas tengan lo mismo, por ejemplo, derechos, recursos, obligaciones y oportunidades.”
Con estas expresiones, en muchos de los casos, caemos en la tentación de declararnos “libérrimos” o terminar siendo poco menos que irreverentes.
De cualquier modo, lo importante de la conmemoración que se avecina, sirva para imbuirnos en un ambiente generoso, en el que, al tiempo de reconocer el histórico esfuerzo libertario e independentista, nos mueva a justipreciar aquello que nos une indisolublemente como nación, con principios, valores, tradiciones, culturas, anhelos y esperanzas.
Si al final, somos capaces de compartir una idea, un saludo o una opinión, sin ofendernos ni ruborizarnos, habremos ganado gran parte de ese espacio vital e idóneo para la convivencia pacífica y racional.
¡La libertad!