Concentrémonos en lo positivo

Columnistas, Opinión

Como ejemplo de los momentos culminantes de la vida quedan frases de seres que ya se marcharon. Comencemos con Jesús. Según cita del apóstol Lucas, Jesús dijo: “En tus manos encomiendo mi espíritu.” La frase ha sido repetida por infinidad de moribundos. El mártir John Rogers, alzó la vista y dijo; “Señor, recibe mi espíritu”, mientras ardía la hoguera que acabaría con él por hereje.

Pero no siempre se han contado las frases verdaderas de los moribundos. Quien se marchó no esta aquí para confirmarlas. Los pacientes tergiversan la verdad para conservar un prestigio que perdería brillo si las verdaderas palabras llegasen a conocerse. Más fáciles de verificar son las palabras pronunciadas por los sentenciados a muerte. Antes de su ejecución, Santo Tomás Moro pidió al verdugo que le esperara un momento mientras se arreglaba la barba: “Ella no ha ofendido al rey”, explicó. Walter Raleigh tocó el filo del hacha que le cortaría el cuello y observó: “Es un remedio violento pero una cura infalible para todos los males”.

En el primer intento de ahorcar al revolucionario ruso Michael Bestuzhev se rompió la soga. El condenado comentó: “Nunca he tenido éxito, aun aquí fracaso”.

Para los filósofos la cuestión final tampoco ha resultado menos sencilla. Hegel se lamentaba: “Un solo hombre creyó comprenderme, y él tampoco me comprendió”. Pierre Gassendi expresó desconcertado cuando llego su hora: “Nací sin saber por qué y muero sin saber cómo ni por qué”.

Algunos filósofos han llegado al final agobiados por las responsabilidades. El ejemplo de Sócrates es único. Agonizante, bajo los efectos de la cicuta, trató de erguirse, retiró la sábana de la cabeza y gritó: “Critón, le debo un gallo a Esculapio. Acuérdate de pagárselo”. Cierro con Catón: “Cuando llega el momento final nos damos cuenta que no somos nada. Tardíamente comprendemos que nos hemos pasado la vida destrozando al vecino para apoderarnos de lo suyo y tener algo. Pero, seguimos siendo nada. El misterio comienza ahora”.

Y, ¿qué hacemos los humanos después de estos días de meditación?. Ponemos los pies en la tierra, volvemos a concentrarnos en la vida. El lunes, a trabajar como Dios manda hasta cuando llegue nuestro viernes, que llegará… inexorablemente. (O)

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