CONTENTO AL OÍDO / Guillermo Tapia Nicola
Algunas instancias temporales, pluripersonales, gremiales, vecinales, multipartidistas, o minimalistas, resueltas de último momento, para que recopilen información, argumenten un posicionamiento e investiguen algún entuerto, terminan asumiendo un rol que -finalmente- excede de sus atribuciones.
La “cacería del diploma” opera en función de presentar un informe para que los demás integrantes del cónclave se pronuncien. Y esto, se ha vuelto pan de cada día.
Entre comidilla y comidilla, no hace falta pretexto para impulsar ese tipo de trabajo por encargo, por encomienda o por “comisión” a un grupo de almas dispuestas a “sacrificarse por el bien común”, sin más altruismo que alcanzar el límite de su propio ego, o por lo menos, distinguir el tamaño de su sombra.
Requisito para ser parte de ese empeño: estar siempre dispuesto a hacer el papelón, manifestarse en contra de algo o de alguien; y, que mejor, si se tratase de un potencial investigado e indefectible sancionado.
Porque el mérito final de la “petit” reunión multifacética, no es otro que el señalamiento, la burla, el escarnio y, de ser factible, la descalificación e inmediata sucesión, previa toma del poder por asalto. Esta última gráfica, es muy cercana a la realidad, aunque defectuosa en su potencial ejecución.
Mirándolas en la distancia, mueven la recordación a esos juegos infantiles definidos luego de la algarabía, el correteo, o la pelota, a fin de mantener cohesionado al grupo y pendiente de lo que suceda en la esquina, la cuadra, la manzana o el barrio.
Cansados y sudorosos de tanto “correrío”, habría de inventarse una forma para mantener la atención, sin disminuir la expresión y el interés.
Así surgió “el contento al oído” que, no era otra cosa que encontrar la expresión silenciosa, o la confesión sincera de uno de los jugadores a otro, con frases y vocablos de zalamería, gratitud y generosidad, hasta lograr que brote una sonrisa afirmativa, asintiendo al agrado de saber lo que le han dicho.
En nuestro entorno político, cansados de tantas ofensas, agresiones, comentarios, presunciones, señalamientos y búsqueda incansable de la insatisfacción y la diatriba -en una suerte singular de “comisiones comisionadas”- bien vendría abrir un espacio para la recuperación del aliento y la mesura, en el que se de cabida a la verdad. Pues, hablar mal de una persona es, a ese tipo de grupo, particular expresión de su existencia y razón de ser de sí mismo.
No necesariamente buscar el posicionamiento de un “contento al oído” pero por lo menos de un silencio elocuente por el respeto, la institucionalidad y la democracia… sería saludable.
Muy lejos han quedado los debates, juicios políticos, investigaciones y fiscalizaciones que, otrora, dieran brillo al interpelado y al interpelante, o a un congreso elegido a conciencia y no por obediencia, o a una justicia enarbolada en la norma, la prudencia y la razón que, concitaron la atención ciudadana, al punto de permanecer prendida a la radio, para no perderse ni un suspiro, peor una palabra o un detalle de la tertulia legislativa, o del intercambio de la cámara edilicia, o de una audiencia en estrados.
Se cuidaba entonces, no solo de la palabra, sino de la decencia y el buen nombre. Se respetaba la institucionalidad y, por cierto, la Patria y sus símbolos.
Hoy se quiebra la mirada y la palabra. Se inflama el sentimiento y la vergüenza. No hay día en el cual no se atiborre la infamia o se abarrote la insolencia.
El sueño de libertad y democracia, tiene aún el párpado pesado y yace dormido. No le alcanza para alzarse y permitir a la pupila extasiarse en el horizonte de la esperanza.
El bienestar ciudadano tendrá que aguardar por una nueva revelación de la palabra y del sentimiento, para poder dar un paso que le permita reflexionar y enmendar.
!La verdad y la justicia! No sólo el contento al oído.
GUETANI.