Cronista oficial de Ambato / Pedro Reino
Se me ocurre que el ambateñismo hay que empezar a buscar no en la sangre, ni en el espíritu; sino en el espíritu de la sangre, en el alma que tiene el viento que ha revoloteado por esta tierra y que se mete en la respiración de quienes llegan a enraizarse aquí desde la cuna, nutriéndose de lo que da la tierra. Con dignidad y respeto se puede vivir en cualquier parte. Con la mentira, el irrespeto y la falacia, ni siquiera somos dignos de género humano. Seríamos parte de una nación de despreciables.
De algún modo, todos somos epífitas que nos nutrimos del árbol de la vida. Pero otra cosa es ser parásitas. Igual que hay dueños de los árboles que no los han plantado, también hay dueños de pueblos y hasta de los países con los que nunca se han identificado. Son los dueños de las leyes y de las represiones que ponen letreros en la convicción de sus respectivas letrinas donde a uno le sacan el mínimo centavo. Así nos han acostumbrado a vivir con leyes donde los mejores estímulos se llaman multas, sangrías, atropellos, abusos, acomodos.
¿La ambateñía tiene héroes? Esta pregunta no es para ir a buscar los viejos libros de historia. Si vivimos en el país del escándalo, hay que agradecer a los que nos inoculan el odio diario para sobrevivir dignificados por los vampiros que se alimentan de nuestros sueños. Tenemos vampiros de exportación, son nuestros “héroes” de la modernidad.
Reunidos, somos otros. Estamos los que necesitamos un baño de luz, bajo el agua luminosa de quienes no ejercen el adulo, y por ello, como dice Octavio Paz, no han sido tomados en cuenta para la burocracia. La llamada intelectualidad no hace falta en la gestión de la modernidad capitalista. Los pensadores son un estorbo. Los técnicos son mejores que los mejores poetas; los especialistas titulados son mejores que los antropólogos; los adulones son mejores que los historiadores; los ecologistas son estorbosos para los de la gestión de riesgos; los agricultores no cuentan para nada en el control de la tierra; los artistas solo son útiles en época de proselitismo. ¿Podrán ser parte de la ambateñía?
Si ahora no son útiles, ¿Nos servirá Montalvo para bandera de una ambateñía rebelde? ¿O solo nos conformaremos con su momia? ¿Será necesario un Juan León Mera “indignado como los hijos del yugo”?, ¿un Juan Benigno Vela en su faceta de coideario del Viejo Luchador y fundador de periódicos?, ¿un Pedro Fermín Cevallos, un Celiano Monge, un Luis Martínez, un Méntor Mera, un Jorge Isaac Robayo, un Carlos Toro Navas, un Jorge Enrique Adoum reescribiendo los Cuadernos de la Tierra y otros más, de quienes apenas sabemos sus nombres y no los reconocemos ni en el espejo de sus bronces? ¿Serán buenos sus nombres, sus casas, sus caretas, su ropa íntima o sus libros y sus ideas? ¿Servirá para la ambatenía una Rosa Siñapanta de Quisapincha, ahorcada en la insurrección de los estancos; una Rosa Maroto de Pelileo descuartizada por los pacificadores de indios que después se hicieron héroes de nuestra independencia? ¿El negro Bartolo revendido por los señores que están en los pedestales? ¿Los gobernadores de la provincia cumplirán un rol de ambateñía? Será de rememorar la masacre de Leito, con más de cien muertos abandonados en las quebradas que quedaron en el olvido histórico y en la impunidad recién en 1923? ¿Se pusieron del lado del gobierno o de lado de su propia gente? ¿Actuaron con ambateñía los soldados represores? ¿Cuántos funcionarios representan la auténtica ambateñía? (O)