Curar con el cráneo de los ahorcados / Pedro Reino Garcés
Bien podría decirse que este es el remedio más eficaz de la venganza. ¿Está vigente en ciertas cárceles del Ecuador? Es una pregunta suelta de formulación no apta para administradores conscientes. ¿Con qué se cura la ignorancia? Pues con sabiduría. Pero resulta que en las épocas de nuestra historia colonial, o sea durante los siglos XVI al XVIII, la ignorancia de saberes de esos tiempos, era sinónimo de locura, porque un loco actuaba fuera de lo entendido como razonable. Pero el caso aplicado a las sociedades es que las afecciones están afectando a la inteligencia común por parte de quienes se ofrecen como decodificadores de las sinrazones.
Veamos algunas medicinas curiosas que evidencian el estado evolutivo de la medicina: “Los cabellos del hombre sirven para abatir los vapores, si al quemarlos se los hace oler a los enfermos… la orina del hombre recién expedida, es buena para los vapores histéricos. Buchoz recomienda la leche de mujer, el alimento natural por excelencia, para cualquiera de las afecciones nerviosas, y la orina para todas las formas de enfermedades hipocondriacas. Pero son las convulsiones, desde el espasmo histérico hasta la epilepsia, las que atraen con mayor obstinación los remedios humanos, sobre todo aquellos que se pueden tomar del cráneo, parte la más preciosa del hombre. Hay en la convulsión una violencia que solo puede ser combatida por la violencia misma; por ello durante largo tiempo se ha utilizado el cráneo de los ahorcados, muertos por la mano del hombre, y cuyo cadáver no ha sido enterrado en tierra bendita. Lemery cita el frecuente uso de polvo de los huesos del cráneo; pero si le creemos, ese magisterio es solo de “una cabeza muerta” y privado de virtudes. Mejor será emplear, en su lugar el cráneo o el cerebro “de un hombre joven recién muerto de muerte violenta”. Así contra las convulsiones se utilizaba sangre humana aún caliente, teniendo cuidado sin embargo de no abusar de esta terapéutica, cuyo exceso puede provocar la manía”. Esto evidencia la confusión que había entre moral y medicina, cosa que ahora se diría que es una estupidez.
Me ha resultado apasionante leer este capítulo, p. 468, que es la parte final del I tomo de la Historia de la locura, escrito por Foucault. El autor nos lleva por los laberintos de los valores simbólicos y analiza las controversias de quienes luchaban por independizar cuestiones fisiológicas de las puramente simbólicas hasta la época clásica. Si la venganza es un principio universal de la conducta humanoide, muchas “culturas” la han practicado. Beber chicha en los “mates” (cuencos) de los enemigos está registrado como prácticas de varios grupos nativos.
Lo que nos resulta más claro es que la práctica de la decapitación nos viene relatada desde la Biblia. Judith corta la cabeza de Holofernes para indicar que la belleza debe ser usada para la liberación de su pueblo, y no ponerse al servicio del poder manipulatorio. En América, en Quito se decapitó al primer Virrey del Perú Blasco Núñez de Vela y se lo colocó en la primera picota para escarmiento y desafío al poder imperial de España. En Francia, la guillotina demostraba su eficacia civilizada. En las guerras de la llamada Independencia de América se practicaron muchísimos actos de esta índole que ya se había hecho antes con los líderes indígenas que generaban luchas de resistencia, durante toda la colonia. En la República, el promocionado San Patibulario cosechaba cabezas por racimos, tantos como lo hicieron los floreanistas.
Sabemos que esta medicina era preventiva: el miedo. Se han transmitido las recetas, dice el autor, que ahora nos parecen provenientes de un onirismo universal e inmemorial. Cabe ahora preguntarnos ¿cuánto hemos cambiado? Si el odio es un veneno del alma, no hay medicina que valga si no empezamos por regenerar la razón de la justicia y la verdad. (O)