DE VUELTA A LA RAZÓN / Guillermo Tapia
Quizás ha llegado el momento de abandonar la comodidad del teclado o la mera expectativa, para introducirse en el desafío de la edificación social de una nueva estructura que dé un vuelco a la democracia de los últimos 44 años, muy probablemente, utilizando el mecanismo de un nuevo proceso democrático de consulta y mandato que nos reubique en un nuevo sendero. Más digno, más honesto, ojalá más realista, humano, respetuoso y cumplidor.
El solo hecho de hacerlo y tener la oportunidad de cambiar la dinámica social del acostumbramiento al chantaje y la corrupción, al mal uso de los recursos públicos, a la apropiación indebida de la riqueza nacional, al abandono e insuficiencia de los servicios vecinales -desechándolos y modificándolos- hacia otros escenarios, más puros y diáfanos, nos pondría de cara a un nuevo desafío de supervivencia y superación.
No podemos continuar y menos permanecer -como momificados- por la historia y sometidos, al improperio de la desfachatez y la exacerbada demanda de aquel sujeto que, se siente diferente y único heredero de un “todo” al que lo supone suyo, por el solo hecho de haber accedido a saber de él, vía suposición o transmisión oral, o a través de la simple recopilación de manuscritos e investigaciones de otros que, han dado paso a voluminosos e ilusorios episodios narrativos, facilitados e inducidos por los “comedidos” disfrazados de «populismo» o de «izquierda», que no faltan.
Si así fuere, la faz de la tierra solo estaría poblada como hace 2 mil, 10 mil o 20 mil años y, ninguno de nosotros, incluidos los “herederos únicos”, tendríamos un pie sobre el planeta y menos, sobre este territorio que -solidario y desprendido- nos acoge, sin distinción de raza, credo, filiación política o cosa parecida. (Según consta o debería constar, en el papel constitucional, sin tanta excepción e inclusión sugestivas).
Precisamente esas “excepciones e inclusiones”, son las que -lejos de unirnos- nos alejan e indisponen, porque categorizan y segmentan. Y deberemos revisarlas, no con mirada contemplativa sino propositiva, amplia y suficiente, capaz de recuperarnos y reconocernos como habitantes y no como números de un silabario antojadizo e imprudente, inundado de derechos y cicatero -o carente- de obligaciones.
El arte de administrar en función del bien común, debería primar en la pupila de todos, sin excepción.
Consecuentemente, la educación tendría que ser ajustada a estas nuevas visiones, para lograr generaciones comprometidas consigo mismas y con los demás.
Hay que recuperar la razón, por sobre el sentimiento egoísta de la pertenencia por derecho divino o ancestral; y, estar dispuestos a construir un país diferente, en el que se ennoblezca el trabajo, la superación, la ciudadanía y la responsabilidad.
El pueblo chileno nos acaba de dar una lección de vida democrática, para no olvidar.
La recuperada sociedad, a partir de la familia y la honestidad, entonces será el germen que alimente el cambio y asegure la oportunidad de la prosperidad integral, global. La política, habrá de ajustarse a la realidad que devenga de esos nuevos cánones de comportamiento ciudadano.
En suma. Todos deberemos preocuparnos un poquito más de nosotros mismos y superar las taras que -con el tiempo- hemos creado y nos están sometiendo indiscriminadamente.
Sin duda hay opciones de las que podemos echar mano: una de ellas, encontrar la forma y devolvernos a la Constitución de 1998 con ajustes y reformas necesarias, para dar paso a la novación y, salir del abismo antes de que sea imposible intentarlo.
Solo de nosotros depende: avanzar o sucumbir.