Del dicho al hecho
América está de pie, expectante; y, no es para menos. Se encuentra en un punto de inflexión entre democracia y tiranía, seguridad y narcoviolencia, desarrollo y estancamiento, libertad y sometimiento.
Y todo apunta a la pretensión, desde la mirada internacional, de reescribir viejas prácticas diplomáticas que finalmente terminan encubriendo desmanes y tapizando de buenas intenciones las agresiones e improperios de países agrupados en foros como el de Sao Paulo y Puebla, antesalas de las más penetrantes, virulentas y extremistas presiones y manifestaciones encubiertas que enfilan hacia la destrucción de la humanidad, privilegiando temas cuestionados por una buena mayoría de pobladores en todas las naciones del continente.
Desde la impertinencia idiomática que altera no solo la fonética, sino incluso la construcción gramatical, que vuelve tortuosa la lectura y cansino el discurso, hasta la burla religiosa y funcional de la política, se despliega un abanico interminable de controversias y propuestas indecorosas -todas- para impugnar la existencia humana y llevarla, entre ajustes e impedimentos, a una autodepuración, que terminará por destruir a la familia como referente e instancia generadora de vida y de sociedad.
Nada de lo expuesto es nuevo. Apenas, si es resultado de haber permitido -conscientemente o no- el posicionamiento de unas minorías a las que no se les paraba mucho asunto, hasta que, se tomaron por asalto espacios, tareas y promesas con las cuales van girando las manecillas de la humanidad en sentido anti horario, rotando en dirección opuesta a la habitual.
Ahora, cuesta retomar la praxis anterior, porque paulatinamente han ido ganando lugar y activando sus cuestionamientos y críticas, sobre todo en la población de menor edad, cuya apetencia por lo novedoso y distinto les vuelve no solo más vulnerables, sino idóneamente indispensables para el crecimiento de sus manifestaciones de ruptura y caos.
De cara a uno de los más grotescos fraudes electorales, no faltan aplausos de mafiosos que viven de esas prácticas; mientras los que nos mantenemos en el respeto y la licitud, aguardamos por aprobaciones e improbaciones que superan nuestra visión y pretensión.
En tanto, el sujeto autoritario en cuestión está quemando las naves e interponiendo recursos -como hizo antes- para quedarse en el poder; y, si a sabiendas, no intentamos nada más que esperar, lo logrará.
Venezuela es sin duda el espejo en el que debemos mirarnos de cuerpo entero para anticipar lo que nos podría ocurrir de continuar en el marasmo y apatía que nos consume.
En este instante solamente cabe en el País hermano apurar una revuelta popular o un golpe civil y militar que asegure una transición urgente.
O el siglo XXI nos devora, o la región se afirma democráticamente y cambia el rumbo. (O)