Derecho al asco / Pedro Reino
Las abyecciones, menos mal, son nuestra defensa, son nuestros escudos en un mundo de basura. ¿Cuáles son sus o mis fobias? ¿A qué no más tiene o tengo asco? ¿Qué es lo que le produce vómito? Por estos caminos me lleva el libro “Poderes de la Perversión” (2006) de la semióloga Julia Kristeva. “Quizá el asco por la comida es la forma más elemental y más arcaica de la abyección”. Desde luego que no a todas las comidas, sino al estado de ellas. Dice Kristreva que gracias a las arcadas “nos desviamos de las impurezas, de la cloaca, de lo inmundo. Ignominia de lo acomodaticio, de la complicidad, de la traición”. El asco empieza por lo tangible, por lo biológico; y en los humanos, no en los humanoides, se desarrolla y proyecta a lo intelectualizable, a lo razonable, a lo sensible, a la ética, a la moral, al respeto, a la dignidad, como mejor definición de alguna categoría superior que, se supone, la podemos desarrollar en nuestra manera de vivir.
Si el mundo está sucio, si veo podredumbre en mi derredor, si he descubierto lo que huele mal, si tengo informaciones de que la verdad ha sido lo suficientemente blanqueada, repintada, camuflada, re-presentada en las envolturas de las trampas del lenguaje y de sus signos: denominación de instituciones que actúan de modo contrario a lo que aparentan (Derechos Humanos, Agencias de Garantías de Depósitos Bancarios, Impacto Ambiental, etc.), biografías manipuladas, muralización fetichizada, reglamentaciones interesadas para favorecer las estructuras de la trampa, promoción pública de las desvergüenzas, políticas de las llamadas ‘puertas abiertas’, condecoraciones, fabricación de honestidades, de idolatrías, de predestinados, categorizaciones de márketing, rendición de cuentas; es que vivimos a merced de los dientes de las ratas que desintegran las significaciones. “Entonces la abyección oscila entre el desvanecimiento de todo sentido y de toda humanidad”.
Dentro de este sistema de estructuras abyectas, Kristeva explica que existen los propósitos de fomentar el discurso de la igualdad, pero de esa igualdad que solo hay en la esclavitud. Todas las desigualdades se dan en la inteligencia. La masa consume significados que la inteligencia las fabrica. “Una cultura elevada solo es accesible a los espíritus superiores. Los hombres de talento se amparan siempre en el poder y se convierten en déspotas. No saben hacer otra cosa. Siempre han causado más daño que bien. Hará falta expulsarlos o matarlos. A Cicerón le cortarán la lengua, a Copérnico le quitarán los ojos; Shakespeare será lapidario…Sin despotismo jamás ha habido libertad e igualdad; pero en un rebaño debe reinar la igualdad (citado a Dostoievski)”
Frente a todo esto procuramos los remedios. Deben estar perfectamente identificados los sádicos, quienes se ríen luego que captar el poder por medio de la trampa, los triunfalistas que guardan su as bajo la manga. El principal antídoto está en evitar su contacto para que no surja la arcada ni venga el vómito; en saber que son símbolos de nuestros desprecios, ídolos para torpes, líderes para arrebañados bajo el letrero de que la igualdad existe, pero bajo su palabra. La catarsis busca el arte a despecho del fuego que se prende en el espíritu. (O)