Derechos incondicionales / Jaime Guevara Sánchez
Hay que producir pensamientos que faciliten el derecho a tener y expresar en paz convicciones que, obviamente, estarán o no de acuerdo con una determinada manera de entender la vida, pero que, si no atentan precisamente contra la dignidad del ser humano, son legítimas.
Guste a muchos, a pocos, es lo de menos. Lo decisivo es que se pueda expresar la libertad de pensamiento con franqueza total. En el fondo, parece que preferimos los valores a los derechos fundamentales de la persona. Unos derechos esenciales que, como expresión y derivación de la dignidad del ser humano, no pueden lesionarse en su contenido básico, que es lo que los hace reconocibles como tales.
En cambio, los valores conceptos más propicios a subjetivación y, sobre todo, a una tarea de ponderación y contraste. Los valores pueden seleccionarse, pueden ser objeto de mercadeo, de transacción. Algo que es impensable con el derecho a la vida, con la libertad o igualdad.
Por eso hay temor a que la fuerza y la potencia de la dignidad del ser humano insistan en el corazón y en el alma de los derechos fundamentales de la persona. Los valores se ponderan, se elige entre ellos. En cambio, los derechos fundamentales de la persona son incondicionales.
Si vivimos una democracia, debe ser un sistema que fomente la libertad de las personas, que facilite más la participación libre. Una democracia que debe colocar, sin prejuicios, a la persona en el centro y propiciar un espacio público más abierto, más plural, en el que quepan todas las opciones legítimas.
Si no cambiamos el rumbo de las cosas, seguiremos instalados rancio relativismo del prohibido prohibir, en ese ambiente camaleónico en el que prima el todo vale, y en ese sutil vaciamiento de los más elementales aspectos que configuran la centralidad de la centralidad de la condición humana.
Mientras continúe el anclaje en ese ambiente, el sector rector que imprime esa peculiar tolerancia y ese singular pluralismo seguirá dictando lo que crea conveniente y eficaz para sus intereses, tantas veces expresados en forma de dígitos de muchas unidades, centenas, millares, millones…