Despertamos de una pesadilla / Mario Fernando Barona
Los diez años de Revolución Ciudadana fueron una pesadilla para los ecuatorianos, y pensar que querían regresar a seguir atormentando nuestros sueños. Querían que continuemos sometidos a esa angustia desesperante que la experimentamos todos alguna vez en la vida mientras dormimos: esa sensación de querer escapar de algo horripilante, de impotencia frente a la amenaza, incluso en algunos casos de saberse consciente pero impedido de abrir los ojos, paralizado por el miedo sin poder gritar o mover un músculo, atrapado en los brazos de Morfeo muerto de espanto.
De pronto, en el clímax de mayor tensión despertamos, agitados, confundidos, empapados de sudor y en sollozos. Pasará un tiempo para volver a tomar conciencia de la realidad, aún no estamos en capacidad de diferenciar el mundo de los sueños -del que acabamos de salir-, del mundo real; de hecho, cuando nos incorporamos asustados de una experiencia tan aterradora como esa y alguien nos abraza para tranquilizarnos, la reacción automática es saltar despavoridos.
El pasado 11 de abril los ecuatorianos terminamos una larga pesadilla política tan espeluznante y vívida que por unos momentos no creímos que habíamos despertado, pensamos que seguíamos inmersos en otra entramada pesadillezca, de esas en las que el monstruo te deja libre por un instante y regresa envalentonado de malicia. Por unos minutos no asimilábamos que ganó la paz, no dábamos crédito al triunfo de Guillermo Lasso porque sabíamos que la mafia correísta podía valerse de cualquier argucia e inducirnos nuevamente a su pavorosa fantasía. Y aún ahora, no podemos tranquilizar del todo nuestra psiquis al decir que sólo fue un sueño, porque no lo fue.
Pero cuando finalmente supimos que ya todo pasó, miles de familias respiraron libertad; miles más se arrodillaron a agradecerle a Dios; otras miles lloraron abrazadas; y miles, miles más saltaron de alegría y se emocionaron hasta la histeria. Despertar de un onirismo de tal intensidad es un verdadero alivio y motivo de complacencia con uno mismo.
No faltará quien califique esto de una exageración; seguramente aquel tendrá el sueño ligero, imposibilitado de conciliarlo por el peso de respaldar a delincuentes. Yo lo tengo profundo porque duermo con mi conciencia tranquila, sin sobresaltos, sin tensión, sin la zozobra que me descubran por algo que hice, con la paz y la tranquilidad de quien descansa en la decencia.
Ahora nos corresponde a todos apoyar -con más fuerza y determinación que nunca- un porvenir de ilusión, paz y anhelos cumplidos. Nuestro trabajo y esfuerzo diarios deben atraer cada noche un sueño relajado y reconfortante, alejando para siempre el horror de otra siniestra ensoñación. (O)