DIOS Y EL DIABLO
Crecí convencido -y sé que usted también- de que el bien y el mal coexisten, de que estas
dos fuerzas opuestas están permanentemente enfrentadas y que tanto Dios y el diablo
como el cielo y el infierno están en algún lado para juzgarnos y habitarlos por la eternidad
según el caso.
Pues, no es así. De acuerdo con el libro Un curso de milagros, existe una sola energía en
el Universo que es el amor (luz, verdad, unión, Dios) o como quiera llamarla, y a todo lo
demás que no son tal las denominaremos sombras; estas sombras son simples
percepciones erróneas de la luz, ilusiones creadas por la mente dual.
Mírelo así: su sombra proyectada sobre el piso no es energía opuesta a la luz, ni mucho
menos sinónimo de malignidad, es solo falta de luz al ser mi propio cuerpo el que bloquea
los rayos solares en esa parte del piso. ¿Qué debo hacer para que la sombra
desaparezca? Moverme o esperar a que el sol llegue a su cenit e inmediatamente la luz
seguirá en expansión. Y es que el sol, al igual que el amor irradia, esa es su esencia, solo
da sin discriminar nada a su paso. ¿Ahora ve cómo la luz (amor) es la única verdad en el
Universo?
Por consiguiente, jamás ha habido una batalla entre el amor y el odio, entre Dios y el
diablo. Dígame sino, ¿cómo puede uno enfrentarse a algo inexistente? Cualquier
“sombra” que aparezca (sufrimiento, enfermedad, ira, escasez, muerte, etc.) es solamente
una percepción errónea de mi mente, una ilusión. No existe.
Lo que sí existe, que está en nuestras manos y que es deber nuestro hacerlo, es expandir
esa luz (amor), esa es nuestra tarea aquí en la Tierra. Y eso se consigue compartiéndola.
Le preguntaron a Michel Serres, ensayista, epistemólogo y filósofo francés (1930 – 2019)
“¿Qué es algo que puedo aprender hoy de ti?” Él contestó: “De mi casi nada, pero de lo
que te voy a explicar creo que podemos aprender los dos.
Si tú tienes un pan y yo un dólar, y yo uso mi dólar para comprar tu pan, al final del
intercambio tendré el pan y tú el dólar. Parece un equilibrio perfecto, ¿no? Es una
transacción justa, pero meramente material y temporal.
Ahora, imagina que tienes un poema de Verlaine o conoces el teorema de Pitágoras y yo
no. Si me los enseñas, al final de este intercambio, habré aprendido el soneto y el
teorema, pero aún así también los tendrás tú; y es que, al compartir conocimiento no sólo
hay equilibrio, sino expansión.”
Al igual que el conocimiento, el amor no se acaba ni se agota ni se extingue, al contrario,
se expande infinitamente al compartirlo, solo que con una diferencia: el soneto me sacará
una sonrisa, el teorema me explicará algo que no comprendía mientras que el amor me
dará vida eterna.