Diplomacia e intelectualidad
Voy a pensar en voz alta algo que puede incomodar a sus implicados, pero no al beneficio de las corrientes de pensamiento. Pongo frente a frente al brillante diplomático ecuatoriano Miguel Albornoz Ruiz (Quito 1917- México 2012), funcionario de las Naciones Unidas y, entre otros escritos una apología a Galo Plaza. El pueblo que sabe de suspicacias entenderá lo que implica haber sido “diplomático” de un país como el nuestro en el siglo XX. Digo que en mi lectura queda enfrentado con el periodista español Juan Antonio Cebrián (1965 – 2007) que, de entre sus libros he leído La Aventura de los romanos en Hispania, que representa un pensamiento de la segunda mitad de este siglo; y que examina la barbarie romana en España, contrastivamente con lo que debería leerse en nuestros diplomáticos americanos, que en cambio se han dedicado a exaltar y justificar el exterminio americano, y hasta a ponderar la conquista de Roma en la Península.
“Y si éramos pobres, por eso salimos por el mundo, y ganamos este imperio y se lo dimos a Su Majestad, pudiéndonos quedar con él, como lo han hecho otros muchos que han ganado muchas tierras” había dicho Gonzalo Pizarro, y lo pone de frase epigráfica Albornoz en el capítulo Pizarros y Orellanas, de su libro “Orellana, el Caballero de las Amazonas”, publicado en México en 1965. La pregunta nuestra es ¿acaso no estudiaron las motivaciones de la batalla de Iñaquito? ¿Por qué este santo Gonzalito Pizarro hizo cortar la cabeza del virrey Núñez de Vela en 1546? ¿Cuál fue su verdadera intención, de no haber llegado La Gasca y haber dado la batalla de Jaquijaguana en 1548 en la que fue recíprocamente decapitado? Claro, el diplomático escoge unas frasecitas de adulo y estímulo a la monarquía.
Cebrián anota “el choque brutal con las tribus celtíberas en un sinfín de largas, crueles y agotadoras guerras; la bravura de los guerrilleros hispanos frente a la demoledora maquinaria bélica romana, y la resistencia de astures y cántabros convirtiendo sus castros, montañas y bosques en el campo de batalla final por su libertad. Todo esto hizo necesario el empleo de muchas legiones para doblegar el espíritu de independencia albergado por aquellos guerreros aferrados a sus tierras, creencias y tradiciones”.
Los romanos inician la conquista de España por el 218 a.c. y “se les aplicó mano dura sin concesiones, obligándoles a un pago abusivo de tributos, sin posibilidad de negociar nada que no fuera lo impuesto por Roma. El stipendium fijaba una recaudación tributaria anual que consistía en el pago obligado de oro o plata en monedas o lingotes. También se aceptaba una aportación en especies, principalmente textiles o cereales. Los tributos a recaudar fueron tan injustos como excesivos, y desencadenaron la hostilidad de muchas comunidades nativas, las cuales, una vez que se marchó Escipión, no tardaron en levantarse en armas contra los flamantes dominadores de la Península” (p. 69).
¿No les parece que esta última lectura citada es como si se tratara de lo que se hizo en la conquista de América? Este autor evidencia que los pueblos nativos guerrearon casi todo el tiempo que duró la presencia romana en sus territorios. Este autor no alaba a los conquistadores como modelos de astucia, audacia y valentía como podemos leer a nuestros apologéticos difusores del racismo que perdura hasta la actualidad.
A los casi 500 años de la llegada de los españoles a derrumbar el imperio inca, puesto que por 1524 aparecen por el Mar del Sur, se están insurreccionando los “terrucos” en el Perú contra estos esquemas espoleadores. Pero vemos que les está resultando tan fuerte la lucha, que nada ha significado ese proceso que se dice de Independencia de España, porque los aduladores, herederos de los principios romanos, están enquistados en el poder succionándoles la sangre de sus carnes vivas.