¿Dónde pongo la corona, si han decapitado al virrey?

Columnistas, Opinión

“La cabeza del Virrey” se estaciona entre la historia novelada, casi rosando el templo del ensayo, narrada desde la voz omnisciente, nos trae la noticia de la Guerra de Iñaquito, el primer conflicto por el poder político dado en el Reino del Perú. El texto contiene un sin número de referencias y datos históricos de trascendencia única, para entender la mentalidad de los conquistadores, las leyes de indias, la conformación temprana de lo que siglos más tarde, generaría las guerras libertarias en América para salir del oscuro laberinto colonial. 1546 es una fecha temprana en la conquista, tan solo a medio siglo del descubrimiento accidental del nuevo continente por Colón. Hasta aquí el dato histórico que también el lector puede encontrarlo en Internet y de ser perspicaz como el caso del autor de la obra. Pedro Arturo Reino Garcés, ir desenrollando el hilo de los acontecimientos hasta lograr un documento histórico literario único en su tipo. Buscar y entender las excusas de sus protagonistas, avanzar hasta los hechos de la conquista, ir desnudando las ambiciones de los conquistadores, jugar con la metáfora de los vacíos ojos de la historia que observan desde cuentos descabezados a héroes donde solo hay villanos… a mártires donde solo encontramos tiranos.

Lo otro, es el tema narrativo, la combinación de los elementos que nos comunicaran la historia. Ahí se ve el trabajo, ya no del cronista, sino del creador que pone en boca de uno de los personajes históricos el siguiente texto: “¿No me recuerdas? Une tu memoria a la de mi sombra. Si no puedes verme, mírame juntando tu recuerdo a mis palabras. Hemos venido a encontrarnos más allá de nuestras muertes.” Ese es el leitmotiv del texto; La memoria que se encuentra sepultada en documentos, en la sombra de lo no contado, en las aleturgias de lo narrado. Cabezas han rodado desde que la humanidad se volvió sangrienta y por boca divina descubrió que ahí descansa la razón del enemigo. Es el símbolo lo que se decapita y son las manos del verdugo las que ejecutan este miserable acto. Desde la muerte de Juan el Bautista, hasta las últimas de reos en las cárceles del País, ha sido el interés por el poder lo que ha sellado la humillante muerte de los sin cabeza.

La cabeza de Blasco Núñez de Vela ha caído en Iñaquito, rueda por las laderas de la historia… ha sido desmembrada del cuerpo del primer Virrey del Perú, solo por el hecho de tratar de poner las cuentas en orden en el naciente esquema colonial. Por servir a un lejano Rey, al que los conquistadores y adelantados españoles no querían pagar tributos. La cabeza del Virrey; es un texto que trae infinidad de citas, que hallan, en la rigurosidad de la investigación el asidero para traer la noticia de cientos de codiciosos hombres, en busca de riqueza y fama. Es un insuflarse de anécdotas históricas, de hechos místicos, de mitos fundacionales. Más también carga poesía en sus líneas, como cuando describe las laderas del Cari-huaira-razu: “El viento es como el alma, sopla sus monólogos con los ojos cerrados y se miente a sí mismo. El viento es como el alma: sopla y pasa. A veces quiere ser picapedrero. Impregna una huella pero, igual, se va, se va. Se va tragándose la saliva que le da la vida.”

Así como el viento, pasa la novela histórica, ficcionándose a sí misma. Buscando desde la extrapolación de lugares y tiempos los hilos secretos de las primeras rencillas entre compadres; el botín era demasiado esplendoroso, como para que no reviente la pólvora en los arcabuces o se llene de sangre el acero toledano.

“El odio es una ley de la supervivencia; y la muerte, apenas, un accidente. La sangre sin intriga de nada sirve en lo que se necesita para controlar la especie. ¿Qué sería del hombre sin el odio? Cuando el odio anda suelto, no son necesarias las cárceles…” Para no ir muy atrás, la vida colonial sería una especie de picota gigante en la que el odio era su motor. El apoderarse de la vida de un indio hasta por tres generaciones o de por vida, despojarlos de su tierra y sus dioses; pelearse por abolengo, honor o diversión, desconocer la ley e ir por la cabeza de los gobernantes, es un legado que la sangre reclama en el alma provinciana desde hace siglos. (O)

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