Duda metodológica
La filosofía es fascinante porque se ocupa de cuestiones fundamentales como nuestra existencia y propósito de vida, nos desafía a pensar más allá de lo superficial, fomenta el pensamiento crítico al cuestionar suposiciones y considerar diferentes perspectivas, su estudio nos motiva a desarrollar argumentos sólidos y una mente abierta. En definitiva, la filosofía es una herramienta de gran utilidad que tiene aplicaciones prácticas en innumerables aspectos de la vida.
Sin embargo, a veces también puede ser muy abstracta llegando a provocar un estancamiento conductual, es decir, el individuo, agobiado por las conclusiones filosóficas obtenidas (o no), se siente limitado para concretar acciones.
Le propongo analizar conmigo la siguiente situación: Estamos en medio de un bosque y le pregunto si usted ve aquel árbol ubicado a dos metros, usted me dirá que sí, yo le responderé que ese árbol y de hecho todo lo que nos rodea no existe, usted regresará a verme incrédulo y con el ceño fruncido por el sinsentido me preguntará si estoy bien, enseguida se acercará a él, lo tocará, lo abrazará y hasta le pegará unas pataditas haciéndome notar que sí existe, finalmente extenderá sus manos señalándolo, arqueará las cejas y me dirá: ¿ve?, el árbol sí existe.
La filosofía dice que sus argumentos para “demostrar” la existencia del árbol son verlo, tocarlo, olerlo, oírlo, ¿verdad?, pero todas esas “pruebas” de su existencia hacen alusión solamente a la percepción sensorial que recibimos de ese objeto. Lo que usted ve en realidad no es el árbol, sino un gran número de ondas de luz propagándose desde él hasta sus ojos. En otras palabras, “ver el árbol” no demuestra la existencia del árbol sino a lo sumo la de esas ondas de luz.
A esto la filosofía llama “duda metodológica” y la verdad, no hay falla en su lógica, además, desde el punto de vista científico es muy cierto (ya lo veremos la próxima semana), pero definitivamente sí nos estanca y complica la vida.
Lo mismo ocurre con la infinidad de casos de corrupción correísta. Para todos (incluso para ellos mismos) son incuestionables los delitos cometidos mientras fueron gobierno, llegando a ser tan vívidos como tocar el árbol, abrazarlo y subirse en él, en resumidas, a la corrupción correísta se la puede ver, tocar, oler, oír y saborear y por tanto nada ni nadie la puede negar; no obstante, en el caso de sus seguidores y simpatizantes, seguramente la filosofía marxista (de nuevo esta controversial ciencia) les enseñó que a conveniencia deben aceptar solo los reflejos sensoriales de sus actos de corrupción y no la corrupción misma; dicho de otra forma, desconocen lo que a ojos de todo el mundo es tangible, evidente e inocultable, usando y abusando de la duda metodológica que aunque muestra inequívocamente el árbol y el delito, para ellos ninguno de los dos existen. (O)