Planificar las obras / Editorial
Todas la ciudades y los pueblos piden a las instituciones públicas la realización de obras que las consideran necesarias, que sirvan para satisfacer los requerimientos ciudadanos y que, en múltiples ocasiones han esperado años sin atención con paciencia y confiando que algún día se cumplan sus aspiraciones.
Estos pedidos tienen fundamento en los derechos elementales de toda sociedad; de manera que no es una demostración de generosidad de las respectivas autoridades; es más bien una obligación intrínseca de quienes acceden a las funciones estatales, municipales, provinciales, parroquiales y los entes dependientes. Además, responden a los impuestos, tasas y contribuciones que pagan los ciudadanos.
Tenemos que referirnos a que las obras, grandes o pequeñas, deben ser planificadas en tal forma que su ejecución no traiga complicaciones de diversa índole. La tardanza es un elemento antipático que molesta a la comunidad, que sufre las innecesarias incomodidades y molestias que bien podrían ser evitadas. Las polvaredas atentan a la salud del vecindario; la circulación peatonal y vehicular se complica en exceso.
Lamentablemente, es el mal que caracteriza a todas las instituciones públicas del país cuando ejecutan obras. Ante el público aparece que la causa es la falta de planificación completa, en cuanto a las fallas de personal, de maquinaria y provisión de insumos.
En las últimas semanas fueron retirados los postes de alumbrado de algunas veredas; quedaron sobresalidos los pernos que las sostienen, lo cual es peligroso para la movilización de la gente. Ojo a esta anotación. (O)