Efecto desmoralizador / Esteban Torres Cobo
El primer deber de un Estado es siempre el de brindar seguridad a sus ciudadanos. Al fin y al cabo, más que para grandes oficinas y competencias hasta para limpiar las calles, eso fue lo que dio forma y requerimiento a su poder. Eso y la necesidad de administrar justicia. Proteger a los buenos ciudadanos de los malos y encerrar a éstos últimos.
Así, cuando los ciudadanos no se sienten seguros y ven asesinatos en la televisión y las redes sociales, pierden toda fe en que hagan vías, se llenen de medicinas los hospitales o hayan becas para los buenos estudiantes. Es un efecto desmoralizante en todo sentido. Y cuando en noticias a semana siguiente de que un niño es asesinado mientras comía con sus padres asesinan a una gloria deportiva muy joven el resultado es devastador para la sociedad, para el Estado y para el gobierno que administra y guía ese Estado.
Se tiene que hacer urgentemente. No es solo un efecto halo el que invade la seguridad con noticias fuertes pero sin tracción real de inseguridad. La insegurdad existe. Los asesinatos existen. El sicariato abunda.
Las cárceles y sus bandas deben ser el primer foco de arreglo. Hay que entender qué sucede y por qué está la guerra en su punto máximo. Desactivar a las grandes bandas que, a su vez, inciden y controlan a las pequeñas. Que se dividen territorios y que, si llegasen a tener algún código, deberían dejar fuera de su violencia a inocentes que nada tienen que ver en sus pugnas de poder y rutas del narcotráfico.
Luego viene un reingeniería de las fuerzas del orden y una repotenciación de su rol en la seguridad ciudadana. Necesitamos policías que puedan defender a los ciudadanos sin miedo a represalias o a demandas judiciales. Que tengan las mejores armas y la mejor inteligencia estratégica. Que cuenten con apoyo y asesoría internacional de las mejores policías del mundo.
No es posible que nos ahoguemos como país en la inseguridad y que la tranquilidad se pierda en un entorno que siempre fue tranquilo.