Efecto Pigmalión
Vamos a suponer que hoy comienza su nuevo trabajo y el jefe le expresa su total e irrestricta confianza con un sentido abrazo, le dice que usted es la mejor opción que pudo haber encontrado, que está orgulloso y encantado de haberlo contratado y que al conocer su trayectoria no tiene la menor duda que su desempeño será excelente. ¿Cuál sería su reacción? Seguramente se sentirá tremendamente empoderado, con ganas de “comerse el mundo”, dibujará una coqueta sonrisa en su rostro y gritará para sus adentros ¡Síííííííííí!
Esto es lo que se conoce como el efecto Pigmalión, cuyo nombre proviene de un mito griego en el que Pigmalión, un escultor, se enamora de una estatua que él mismo creó. Su amor y devoción por la estatua son tan intensos que la estatua cobra vida. Este mito podría leerse como un fenómeno psicológico que se refiere a cómo las expectativas de una persona pueden influir en el rendimiento o comportamiento de otra. Si alguien espera que otra persona tenga éxito o que fracase, las expectativas —positivas o negativas— tienden a cumplirse por cómo esa persona trata al individuo en cuestión.
El Efecto Pigmalión fue popularizado por un experimento en 1968 en el que se les informó a un par de maestros de una escuela que sus estudiantes asignados tenían un muy alto potencial intelectual y que por lo tanto ese año ellos serían testigos de un espectacular desarrollo académico, aunque en realidad, tanto estudiantes como maestros fueron seleccionados al azar. Al finalizar el año escolar, efectivamente estos estudiantes mostraron un rendimiento académico significativamente superior, lo que sugirió que las expectativas positivas de los maestros habrían influido en el éxito de los estudiantes.
Sería fantasioso, digo yo, intentar hacer el mismo ejercicio del efecto Pigmalión con los políticos corruptos del Ecuador. Es decir, tomar, por ejemplo, al bien identificado grupo de narco-asambleístas y arengarles proclamas que destaquen en ellos virtudes y valores que, aunque falsos, logren finalmente conseguir una gestión decente y ejemplar. Decirles cosas como: “ustedes son los políticos más honestos del país”, “el Ecuador está en deuda con esta ejemplar bancada” o “estamos convencidos que sus decisiones son honestas, transparentes y que buscan el bien común” serían una verdadera pérdida de tiempo.
Ellos más bien son consecuencia, pienso, de un fenómeno exactamente contrario llamado El efecto Golem, en donde bajas expectativas conducen a un rendimiento deficiente. Estos políticos corruptos, cuando niños y adolescentes, seguro deben haber sufrido algún tipo de trauma sicológico producto de abusos, agresiones y violaciones a su autoestima y paz interior con frases como: “no sirves para nada”, “eres una desgracia y un mal ejemplo”, nunca haces nada bien” o “no te quiero”. En estos casos, contrario al efecto Pigmalión, es bastante común expresar un importante grado de resentimiento social a través de actitudes deshonestas, inmorales, además de un marcado autoritarismo. (O)