El aire brumoso de mayo / Guillermo Tapia Nicola
La palabra tiene un poder increíble. Honrarla, un valor incalculable. Tiene el poder de crear y el poder de destruir. El mejor ejemplo es la amistad. Quien no cumple la palabra empeñada, pierde credibilidad y algo más. Cualquier palabra fuera de lugar o que pueda generar un malentendido, quizás provoque la ruptura de ese vínculo. Por eso, de poco servirá la justificación que con posterioridad al hecho se intente, para corregir su impacto.
En un país de expectativas, en el que gran parte de las miradas han apostado se convierta en un destino de esperanzas que, abriéndose paso en las tinieblas, acometa en una cíclica motivación de transformaciones y, de forma a un todo nacional diferente, de certidumbre, cambios y propuestas; esa falta de cumplimiento afectará tales pretensiones.
Una suerte de visiones confrontadas, pululando en la República, desde hace algunos días, han generado un espacio colmado de incertidumbre, dudas y posicionamiento sobre lo que acontece en el manejo político, para la concreción de acuerdos legislativos.
Todas, cargadas de personalísimos, resentimientos, impotencia y hasta de cierta dosis de “venganza reprimida” mediáticamente aflorada, han sido esparcidas indiscriminadamente. Y entonces, la bola de cristal se ilumina para “orientar” a la opinión pública y presionar a quién corresponda la “corrección” del camino andado, para lograr que gobierne “anticipadamente” para el aplauso, los graderíos y las barras.
Ahora, tendremos una función del estado con nuevas autoridades. Lo que haría suponer, con nuevos objetivos, desafíos, intereses, bríos y, ojalá, praxis que rompa con el atávico procedimiento de una administración prudencialmente caótica, sometida conceptualmente, nada imaginativa, secuencial y atiborrada de temores y supuestos.
Hace tantos años, cuando dos de los tres poderes del estado se miraban a los ojos, mientras mantenían una calle de por medio, el ambiente parecía menos tenso y más respirable, lo que no quiere significar -necesariamente- que no estuviera cargado de eventuales sospechas, pero esa cercanía demandaba por lo menos respeto.
Había como que libre circulación no solo de personas, sino también de ideas.
Hoy, esa sana costumbre se ha visto atosigada por rejas, pases, reglas, permisos, identificaciones, registros e impedimentos. ¿Qué ha pasado?… ¿Hemos avanzado para peor? .. ¿La desconfianza nos ha ganado? o es que las circunstancias nos hacen brotar un sentimiento de aseguramiento del espacio interpersonal para detener, al sapo, al sabido, que se cole en la fila a la que llega atrasado y pretende ser considerado o atendido primero.
Tal parece que nunca aprendimos el respeto, ni aprehendimos para nosotros mismos, los valores éticos, cívicos y morales que las maestras de antaño nos inculcaron con tanta paciencia. (O)
Sin duda es otro tiempo.