EL CRUJIR DE LA AGONÍA / Guillermo Tapia Nicola
De muy poco, por no decir de nada, sirve quejarse de un quebranto, impasse o carencia, ante una sociedad que tiene la mirada perdida, el oído abrumado y la mente en blanco, porque -de seguro- el mensaje jamás será recibido en los términos y con la intensidad e intención que el afligido pretende.
No cabe perder tiempo con más demandas, porque en algún momento, serán atendidas u olvidadas (dependiendo de los clientes) y de la oportunidad e intensidad de la paralización, pero finalmente resueltas o por lo menos prometidas.
Alcanzar el nivel de “promesa”, ya es un avance. Es casi como constar en la columna del presupuesto “comprometido” aunque no se haya efectuado el pago, porque en la práctica, es dinero “gastado”, económicamente hablando.
Asistimos, como País, a un hecho sin precedentes en la historia: Un diálogo y una larga lista de acuerdos en los que, buena parte, parecerían ser más bien una sistemática cesión de derechos, recursos, prestaciones y políticas sociales, a “exigencia” o no, pero en nombre de todos, para satisfacer el apetito de unos cuantos.
Se lo hace ‘en lugar de’ los expectantes ciudadanos que, absortos, apenas si respiran, intentando -no hacer notar que están vivos- por si acaso, los auto nominados “representantes” de la sociedad nacional, demanden que se quite también el aire, porque se trata de un subsidio a ser focalizado solo para algunos de sus elegidos.
Precisa expresar que, el diálogo, de ninguna manera puede ser cuestionado o demeritado.
¡Todo lo contrario! Discutir sobre un asunto o un problema con la intención de llegar de encontrar una solución, es reconocido, justipreciado, validado y aplaudido.
Hacerlo, es un signo de madurez y de responsabilidad social.
¡Pero no solo con una minoría!
Ni tan siquiera con todas ellas juntas.
Inexplicable resulta, sentar a la mesa solo a quien lanza piedras y cierra caminos, quema contralorías, retiene y riega la leche y contamina el agua potable e impide el paso de las ambulancias y agrede a los demás, a cuenta de ser o suponerse organización única de reivindicación social y luego, pedir que sus miembros, sean perdonados y declarados inocentes de “polvo y paja”, para concluir y con yapa, apoderados de las mesas, asumiendo y disponiendo como si serian autoridades elegidas y habilitadas para aquello.
Es en este escenario, en el que empiezan a crujir las agonías.
Porque no terminamos de explicarnos y reaccionar a las presiones.
Porque seguimos siendo incapaces de construir un territorio de respeto, que incluya a todas las culturas que se anidan en sus pliegues geográficos.
Porque seguimos matizando y segmentando de egoísmo, hasta la pertenencia y la natividad, al punto (y falta poco) de cuestionar la ciudadanía de la mayoría, por el origen del sujeto, su cuna y lugar de alumbramiento.
No seremos libres, mientras más ataduras y pleitesías rendimos a otros seres humanos similares a nosotros, pero que se sienten y se dicen diferentes, porque en su imaginario solo ellos están enraizados y ajustados a esta tierra con ascendencia.
A sus ojos, los demás, son extraños y volátiles descendientes de cigüeñas pasajeras, a quienes hay que exigir, cuestionar y amedrentar.
Cuando en los países vecinos celebran la posibilidad de que sus connacionales puedan viajar a Europa y al Reino Unido sin la exigencia de un visado de turismo, nosotros debemos contentarnos con la posibilidad de circular libremente en nuestro territorio, por algún tiempo (sin saber cuánto).
Seguramente hasta que los “dueños de todo” soportados por los solícitos intermediarios de las “soluciones” decidan lo contrario.
Entonces, soportaremos otra vez: malos ratos, malos tratos, carencias, limitaciones, amenazas, amnistías y diálogos, para extender nuestra visa ciudadana, por un período más.
Agonizamos en vida.