El derecho de disentir / Jaime Guevara Sánchez
Entre la lealtad y la desobediencia; entre el reconocimiento de la autoridad de la ley y la realización de la ley, se estructura un escenario no siempre correcto. En varios países este conflicto es histórico con resultados notorios como las protestas masivas de movimientos de derechos civiles, tan ignominiosos como la violencia de grupos arrebata-dos.
Quienes participan del disentimiento tienen argumentos en favor del dialogo negociador de conflictos que permita mantener viva la democracia. Lamentablemente, la época actual retrata estados debilitados por el rechazo a comprometerse con dicho dialogo, política donde en verdad, todo mundo habla, pero nadie escucha.
Meditando profundamente, hay que tomar el disentir de los gobernados como un diagnostico elocuente de lo que molesta al cuerpo político, la falta de voluntad de los actores en el poder para escuchar desacuerdos a no ser que sea forzados a hacerlo, más una prescripción para un nuevo proceso de respuesta.
Entonces, conviene examinar el dividido carácter político sobre disentir, identificándolo en lugares inesperados, con un ojo apuntando hacia su enmienda, antes que destruya la democracia.
Releer la Declaración de Independencia de diversos países que establece el disentimiento —no el consentimiento- es el centro del interrogante sobre la legitimidad de un gobierno democrática. Expertos en la materia advierten sobre el carácter liberal de constituciones, la tendencia de asumir que una nación debe ser, en todas sus partes, moralmente la misma, presionando a sus ciudadanos a ser otros y no ellos mismos cuando, porque el ser ellos mismos los conduciría a la desobediencia.
Finalmente, es posible que en comunidades autónomas puedan organizarse grupos de ciudadanos democráticos como condición para disentir, para dialogar, distinciones cruciales para mantener viva la Declaración de Independencia, si queremos conservarla viva y estamos por el progreso y la prosperidad de nuestro país, por ejemplo. (O)