El Duende / Lic. Mario Mora Nieto
“Se tenía noticias de su genio propenso a la sátira y de su carácter soberbio y osado hacia lo sumo”.
“Un espíritu inquieto y satírico no puede faltar en una ciudad del tamaño de la Quito”.
“Cualquier Tribunal de Europa lo tendría por bastante para encerrarlo en un castillo de por vida”.
Ser rebelde, insobornable, amar la libertad y la vida ha tenido siempre un alto precio. Hace 200 años se pagaba con cárcel y muerte, Eugenio Espejo, lo supo. El ilustre médico, teólogo, periodista, bibliotecario quiteño pagó su patriotismo con su libertad y su vida.
En un Quito colonial plagado de rezos conventos y componendas políticas, nació el prócer en un hogar de padres humildes, de sangre en su mayor parte indígena, el 21 de febrero de 1747. Su padre Luis Espejo llegó de Cajamarca, Perú, al servicio de Fray José del Rosario, médico del Hospital de la Misericordia; y, de Catalina Aldaz y Larraincar.
Gracias a la vinculación con Fray José, el joven Espejo logró obtener la mejor educación de su tiempo.
Estudió en el Colegio Seminario y en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, para optar por sus grados doctorales a los 15 años de edad; por las funciones de su padre, pasó a residir en el viejo Hospital de Quito, en donde formó su espíritu médico, llegando a obtener el título de Doctor en Medicina en 1767; y, tan solo hacia 1772 se le concedió licencia para el ejercicio de su profesión. Es que existía una gran oposición a su enorme labor en diversos campos.
Se lo ofendía permanentemente gritándole ¡indio!, ¡indio!
Pero, ¿en realidad era indio, era blanco o mulato? Más bien era la suma de la Amerindia que somos todos hasta hoy.
Francisco Javier Eugenio de Santacruz y Espejo, o “El Duende”, como el mismo se denominaba, demostró siempre un talento agudo, descubridor, renovador.
En sus obras literarias se dedica a criticar y censurar al régimen opresor. En 1787 fue reducido a prisión y enviado a Bogotá para ser juzgado allí.
En esta ciudad entabló amistad con el prócer colombiano Antonio Nariño, hombre de ciencia, patriota, uno de los precursores de la libertad de América.
Vuelto a Quito en 1789 perseveró en sus principios en contra de la independencia de nuestros pueblos.
En una madrugada de octubre de 1794 aparecieron en las cruces de la ciudad de Quito unos banderines rojos con una inscripción que decía: “Al amparo de la cruz sed libres para conseguir la gloria y la felicidad”. Espejo permanecía silencioso entre los transeúntes que leían atónitos las proclamas libertarias.
En enero de 1792 apareció el primer número de “Primicias de la Cultura de Quito”, periódico dirigido por Espejo y que ha de aceptarse como el primero en el Ecuador y América del Sur. Apenas se publicaron siete números.
Una nueva prisión, en junio de 1795 obedece a su incansable labor independentista. Los rigores de la cárcel acaban con su salud. El 27 de diciembre del mismo año, agobiado por las dolencias, deja la vida en brazos de su hermana Manuela de Santacruz y Espejo. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio del Tejar.
Espejo es una de las figuras más grandes del Ecuador. Representa la rebeldía, el sentimiento de nacionalidad. Fue precursor de la libertad del Ecuador y América Latina, 20 años antes del Primer Grito de la Independencia y 40 años antes de la victoria de Sucre y Bolívar. Es el pionero en el periodismo y la investigación científica en el campo de la salud.
“El verdadero periodista debe estar muy por encima de los caprichos humanos y los avatares políticos porque es el heraldo de la justicia, un sacerdote de la verdad y de la moral”. (O)