El invisible país de la nada / Guillermo Tapia Nicola
En vilo, coqueteando con la impunidad y la osadía, el País se debate día a día, con la caprichosa inseguridad, su geografía, la opinión negativa de unos cuantos, que inconformes viven consigo mismo y con lo que les rodea; el clima, la economía, pero también con unos supuestos “mesías» y «prohombres” que se auto definen “hacedores de todo” y terminan por no hacer nada.
Por qué lo digo: pues, simplemente porque miro y vivo esa realidad, como la mayoría de la sociedad ecuatoriana, con expectativa, y no, como acólito de aquellos personajes, que no superan la mezquindad de la oferta y se enraízan en perennizar el capricho y el ocultamiento, conviven de a gratis y quieren más, vía chantaje y presión.
En esta línea, la justificada y realista protesta social, equivocadamente entendida como “lucha histórico-conceptual” para recuperar lo que suponen que es solo suyo, les lleva a exigir todo cuanto se les ocurre y claro, esa demanda desaprensiva y fuera de foco, encuentra asidero, en el irreflexivo pronunciamiento que, otrora, amnistió -sin más trámite- a manifestantes de calle, que obstaculizaron e impidieron la oportuna prestación de servicios públicos y contribuyeron, cuando no, propiciaron, la destrucción de equipamientos urbanos y propiedad privada.
Frente a esa realidad, es entendible, aunque no del todo justificable, la difícil tarea de gobernar, pero para nada imaginable, engolosinarse con la desinstitucionalización del Estado para someterlo a una postración irrecuperable.
Se suele comentar, con razón o sin ella, que para encontrar otras direcciones y ajustar el rumbo, preciso es perder el norte y transitar a ciegas un momento, hasta ubicar el sendero. No muchos lo hacen. Es verdad. Pero cuando se advierte que, alguien -que no son ellos- lo hizo, y adelantó el paso, pierden el sentido y se acaloran. Las ideas se esfuman y se volatiliza la memoria, con tanto impacto que, se produce una suerte de sustitución esencial y finalmente… se agota en el caos.
Es muy posible que el dolor obnubile y que la pupila, dilatada en extremo, pierda con mayor urgencia la noción situacional. Más, lo inconfundible, siempre será aquella expresión de sorpresa y expectativa que, atónita, se descuelga de la línea y se apresta por tomar la rienda para enderezar la senda.
En este panorama, aparentemente desolador y cercano a la orfandad, proponerse encender una luz, parece un imposible y, ciertamente lo sería si, la pretensión se ubica en el egoísmo. Pero si, lo que se busca es que la gente, toda la sociedad, se pronuncie para dar direccionalidad y sentido de cambio a lo que hoy acontece, sin importar la génesis del problema, eso, sí que ya es y suena diferente.
Se trata, desde el rincón de mi mirada, de dar juntos un salto. Un brinco en la historia. Un escape hacia adelante, no estoy seguro si suficiente o no, pero que no signifique cubrir con sábana blanca el estiércol, sino limpiar con razones y acciones la inmundicia, para frenar la codicia, eliminar la corrupción y apurar un sendero corregido, en función de hacer de esta democracia un espacio de igualdad, de justicia y de sinceridad, en lo posible.
Implica, cómo podríamos suponer -la no apropiación- de nada, menos aún de la consulta y peor de su resultado.
La línea conductual de personas, instituciones y funciones, es la base fundamental para edificar el cambio. Por ello: preguntar, es anticiparse a dar cabida a las respuestas. Y consultarnos, es tomarnos en cuenta para construir el futuro.
Con cabeza fría y sin apasionamientos, llegado el momento, actuemos en lógica consecuencia. (O)