El poder de la razón / Guillermo Tapia Nicola
Cuando Goliat inclina la cerviz, no cabe duda del efecto logrado por la honda de David.
Así de simple, dejando a salvo la opinión fundamentada de los entendidos, se me ocurre intentar una explicación, respecto de la inoportuna guerra emprendida por Rusia en contra de Ucrania.
Mirar a uno de los países y ejércitos, más poderosos de la tierra, desplegado en magnitud y con prepotencia sobre un espacio de paz, y al cabo de seis días y sin detener los ataques, apurar por un diálogo, pero eso si, en territorio bajo su mirada, tutelado, nada imparcial, para intentar someter al invadido y finalmente saciar su sed de victoria, a fin de guarecerse en la penumbra de su propia sombra. No pasa de ser un despropósito y una expresión de dominación.
Parafraseando la historia, cuando tuvo lugar la Guerra del Peloponeso, Túcides refiere que, para doblegar al pueblo de Melos, los atenienses, sin mayor razón para la guerra, que no fuere romper la alianza de dicha ciudad con Esparta, intimaron a sus gobernantes para que se pusieran a sus órdenes. Pero cuando estos, rechazaron el ultimátum y reiteraron en su negativa a perder su libertad y mantener su neutralidad sin sumisión, se intensificaron las hostilidades militares del invasor, terminando en la ejecución de todos los hombres mayores de 14 años, esclavizando a mujeres y niños y colonizando el territorio agredido.
De vuelta al escenario que nos ocupa, inadmisible resulta que un miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (con derecho de veto), y con el mayor arsenal nuclear del mundo, contrariando el Derecho Internacional, invada un Estado soberano y amenace con el uso de ese armamento, para disuadir a los países de occidente a detener las sanciones económicas impuestas u otras que pudieren adoptar.
Lo dicho, deja en evidencia parte del desaguisado: La afectación irrogada a la Carta de las Naciones Unidas, cuando Rusia aplica la ley del mas fuerte y desconoce la vigencia del artículo 51 de la normativa supranacional que, precisa, define y autoriza la legítima defensa en caso de agresión militar.
Por ello en votación abrumadora 141 naciones ya condenaron esta acción.
Supongo que -vistos los hechos- deberá revisarse la normativa. ¿Cómo quedará? Es una interrogante a responder, una vez se supere el impasse internacional.
Pero resta saber qué sucederá con Ucrania. ¿Terminará incluida nuevamente en la égida de la ex federación Rusa o lo que de ella queda, sometida a su tutelaje y dependencia, como ocurre con varios de sus vecinos, o será que, finalmente la Unión Europea, en un gesto que le honre, da luz verde a la petición de reconocimiento e incorporación a su sistema y las acciones toman otro cariz?
Preocupa, cómo es lógico suponer, la posibilidad de una mutua destrucción, en caso de uso del potencial nuclear, como resultado del arma disuasora que, no hará sino, traer a valor presente la Ley del Talión y la teoría de la guerra justa, en tanto “explicación del pecado del vencido, con razón o no”, en labios de San Agustín. ¡Esperemos que eso jamás ocurra!
Mientras se continúe enarbolando -aisladamente- la competencia y la superación, haciendo caso omiso a la paz, al respeto al derecho ajeno y a la convivencia tranquila; las incomprensiones, las rivalidades y las injusticias seguirán siendo parte de este mundo proclive al enfrentamiento y la guerra.
Que Ucrania recupere la paz y mantenga su libertad. Su pueblo se lo merece y la humanidad lo demanda.