El polvo del origen y el polvo del final/ P. Hugo Cisneros C.
“Recuerda hombre que eres polvo y en polvo te convertirás,” (Liturgia católica del Miércoles de Ceniza).
“Somos una chispa de vida entre dos extremos de polvo”. Hoy estamos invitados a asociar, en la realidad de nuestra historia o identidad humana, tres elementos muy significativos: LA CENIZA. LA VIDA y dios.
La Ceniza en la antigüedad, en muchas religiones, está asociada al polvo y simboliza a la vez el pecado y la fragilidad del hombre. El hombre nace de la nada, del polvo. El misterio de la narración de la creación nos lleva a descubrir que detrás del polvo del origen, el hombre, su creación, es la expresión más grande de amor de parte de Dios, pues por su acto creativo le llama a participar de lo suyo, de su felicidad y le entrega toda la belleza de la naturaleza, poniéndole como señor de ella y como el gran transformador de la misma.
Por eso el polvo de este miércoles quiere recordarnos que toda vez que el hombre se aleja de dios, no pasa de ser polvo, debilidad, transitoriedad, se vuelve en un simple ser terrenal, sin horizonte de eternidad. Un ser sin regreso a su origen. La Escritura usa precisamente esta palabra para definir esa actitud del hombre: “Idólatra, amador de cenizas (ls. 44,20) “Su corazón es ceniza. Su vida es de menor estima que el polvo” (Sap. 15, 10), por eso el “salario del pecado no puede ser sino ceniza”.
Los seberbios se verán reducidos a ceniza sobre la tierra “(Ez. 28, 18) El hombre para reconocer esta condición de pecado y de debilidad transitoria se viste de ceniza. Es una especie de confesión pública de nuestros errores y debilidades que nos llevan al polvo para “pedir una nueva oportunidad”: levantarnos de la ceniza y del polvo.
Si recorremos los cementerios, nos llena de angustia al constatar que “hasta allí llegó el hombre, todo hombre”, nadie puede escapar del misterio de la muerte. El miércoles de ceniza nos recuerda que, si bien es verdad que nos convertimos en polvo, es una verdad esperanzadora que, por obra de Cristo, sabremos trascender las cenizas para entrar en la gloria y en la inmortalidad. Así adquiere un sentido nuevo y actual el “Recuerda hombre que eres polvo y en polvo te convertirás”.
LA VIDA: El miércoles de ceniza está íntimamente unida a la Vida, a la existencia humana.. A pesar de que el hombre es transitorio, débil, pedir, encierra en su interior y le es connatural el ser “un viviente”, que tiene vida y que tiene el reto de hacer de su existencia una experiencia constructiva de lo que anhela después de su muerte; hacer de su existencia la realización de un proyecto divino; vivir en paz, en plena libertad, practicar la justicia, vivir la solidaridad, hasta ver que la humanidad se convierte en una gran familia, donde el amor sea la fuente, la raíz, el centro y la razón del vivir humano.
La vida se convierte en ese espacio entre “dos polvos”. Un espacio de aceptación de nuestro origen “divino”, hechos a imagen de Dios, un espacio que se “corona” con la identificación total con nuestro “destino”, Dios, su eternidad, su plenitud”. No me cansaré de repetir las palabras del poeta español Pemán. ¡Somos un puñado de polvo con ansias de cielo”..
Dios, el miércoles de ceniza, se reviste de este signo y viene a nosotros para recordarnos que nos “acepta en nuestra condición de caducidad, de imperfección, de pecado, pero nos reclama que debemos dar espíritu al polvo para convertirnos, como fue su intención originaria en “seres vivientes”, que marchamos, venciendo el polvo, hacia la plenitud que la construimos en el aquí y ahora de nuestra historia.
En la ceniza Cristo renueva su “kénosis” su anonadamiento”, su encarnación, su identificación con el hombre, para salvarlo desde “adentro”, desde su, interior mismo”. Por eso la ceniza es el inicio del camino de salvación: ir con Cristo hacia su pascua, es decir, hacia su muerte y resurrección.
Dios no se confunde, sino que trasciende el polvo y la ceniza humana: “Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Efesios 4,5). (O)