El ruido del tiempo / Luis Fernando Torres
El más grande compositor ruso de la época stalinista, Dmitri Shostakóvich, encontró en el miedo el resorte para crear notables composiciones musicales, como la sinfonía número cinco, ampliamente interpretada hasta la actualidad. Un editorial del periódico Pravda desencadenó su historia de temor, cuando, el 28 de enero de 1936, el sonido de su ópera, Lady Macbeth de Mtsensk, fue calificado de simple bulla y ruido, por órdenes del dictador Stalin, quien había asistido, dos días antes, a verla en el magnífico teatro Bolshoi.
Hasta que murió Stalin, en 1953, Shostakóvich no se liberó del miedo de ser arrestado. Tampoco después. Con Nikita Krushev padeció un asedio. Hubo noches en que permaneció junto al ascensor del edificio donde vivía con su familia, acompañado de una pequeña maleta con ropa, a la espera de ser conducido a prisión, sin ser visto por sus hijos y su esposa. Y todo ese sufrimiento, por la ópera de interpretada en 1936 y su negativa a afiliarse al Partido Comunista.
En la novela del autor inglés, Julián Barnes, “El Ruido Del Tiempo”, Shostakóvich aparece como un cobarde, con la particularidad que “no era fácil ser un cobarde”, mientras “ser un héroe era mucho más fácil”, pues, era suficiente “ser valiente un momento”; en cambio, “ser un cobarde era embarcarse en una carrera que duraba toda la vida, sin poder relajarse”. Por ello, “ser un cobarde constituía una especie de valentía”, al tener que prever, todos los días, cuando disculparse y titubear ante los dueños del poder.
En la última etapa de su vida tendía a considerarse mediocre y soso. Habiendo vivido “más allá de su mejor tiempo vital”, la derrota definitiva que le habían infligido sus perseguidores no era otra que la de “haberle permitido vivir, en lugar de matarlo, y al permitirle vivir le habían matado”.
Tan sublimes y geniales fueron sus composiciones que pudieron oponerse al ruido del tiempo provocado por el miedo al dictador de turno. Es que la música, buena y auténtica, que se suele llevar dentro de uno mismo, tiene la fuerza para acallar el ruido del tiempo y, así, convertirse en el susurro de la historia, dice Barnes en su novela.
El gran Shostakóvich no sólo fue un notable creador hundido en el miedo sino que logró que su “arte sea el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo”. (O)