El tiempo no transcurre
En esta ocasión vamos a continuar con el delirante tema del tiempo que ya lo comenzamos a analizar hace ocho días cuando descubrimos que este transcurre a velocidades distintas en lugares diferentes, es decir, que el tiempo corre más rápido en unos sitios que en otros. Sí, así como lo oye.
Pero, ¿puede el tiempo sorprendernos con algo aún más inesperado y desconcertante que eso? pues sí, tan loco como que el tiempo en realidad no transcurre. Fíjese bien. El transcurrir del tiempo -cuestión muy diferente a la velocidad- es algo inexistente para la física del movimiento porque todas las leyes elementales que describen los mecanismos del mundo son válidas tanto hacia adelante como hacia atrás en el tiempo, es decir, no hay una dirección preferida en la que evolucionen los fenómenos físicos; a excepción únicamente de la ecuación del calor: una taza caliente de café con el tiempo tiende a enfriarse y no al revés, salvo que se la exponga de nuevo al calor.
Es un poco difícil de entenderlo, pero voy a tratar de explicárselo con un vaso de agua. Ver ese vaso es como cuando los astronautas miran la Tierra desde la Luna, como una apacible canica azulada, sin embargo, de la exuberante agitación de la vida en la Tierra, nada se ve. Igual, tras los reflejos de un vaso de agua hay una tumultuosa actividad de miríadas de moléculas (muchas más que seres vivos en la Tierra) que se agitan, vibran y se mueven con loco frenesí y que al entrar en contacto con el calor lo hacen aún con más intensidad.
De esta forma, el vínculo entre tiempo y calor es profundo: cada vez que se manifiesta una diferencia entre pasado y futuro hay calor de por medio. Y si se fija, todo lo que hacemos (y hasta lo que no hacemos) genera calor, tanto, que incluso el solo hecho de pensar lo hace, porque las neuronas se mueven; por eso nos movemos hacia adelante en el tiempo.
Concluiríamos entonces que el click que abre las puertas al decurrir del pasado al futuro, de la causa al efecto, de lo que fue a lo que será está íntimamente ligado a este microscópico desenfoque. Si no lo detectamos, estaremos condenados a vivir en esta línea temporal unidireccional, pero si notáramos los detalles y el estado exacto de cada partícula, desaparecerían los aspectos característicos del fluir del tiempo. Ahora, note usted que este concepto evidenciado en la física cuántica es exactamente el mismo de la milenaria filosofía oriental que nos invita a -literalmente- detener el tiempo a través de procesos de meditación profunda.
Visto así, al fin de cuentas, los gurús, yoguis y maestros espirituales jamás estuvieron equivocados: ellos, mientras meditan, tienen la capacidad de percibir el mundo en sus más ínfimos detalles y consecuentemente llegar a detener el tiempo; y como lo hemos constatado, hay bases científicas que lo prueban. (O)