Emigrantes del latifundismo peninsular a América / Pedro Reino Garcés
Si volvemos al caso de entender las razones con que se entusiasmaron los peninsulares (españoles) para emigrar hacia las tierras “descubiertas”, con el propósito de colonizarlas, está “el atosigante régimen latifundista a que estuvo sometido por largos siglos…el latifundismo fue la causa primordial que empujó a los hombres a la emigración” (La Epopeya de la Raza Extremeña en Indias (Navarro del Castillo, Vicente, Catálogo biográfico de 6.000 conquistadores, evangelizadores y colonizadores que, procedentes de 248 pueblos de Extremadura, pasaron a América y Filipinas durante los siglos XV y XVI). El libro ha sido publicado en Mérida, (Badajoz), España. 1978). p. 17).
Parte de la estructura legal de los poderosos latifundistas estaba reglamentada por la consolidación y fundación de mayorazgos “como una causa más de este insultante latifundismo…que concentraba la tierra en manos de unos pocos. (Estaba vigente) el arbitrario régimen de herencias por las que el hijo mayor se llevaba el mejor y más amplio bocado del reparto” (p. 18).
¿Cómo sobrevivía un empobrecido peninsular de Extremadura atrapado por el latifundismo voraz? Pues vendiendo su mano de obra en calidad de semi esclavitud. “y no es extraño, pues aún hoy, fincas de miles de fanegas solo ocupan, yo lo he conocido, a una decena de pastores o porqueros. Los terrenos sometidos a la explotación agrícola eran mínimos y la población trabajadora numerosísima. Ni aún los trabajos artesanos le podían ofrecer ocupación, porque los artesanos proliferaban de un modo tan exorbitante que, para poder emplearse, tenían que someterse a jornales de hambre. Sépase que sastres, tejedores, cordeleros herreros, sombrereros, etc, apenas si percibían 3 reales por jornada solar”. (Navarro, p. 18).
De lo dicho a lo conocido por los hispanoamericanos, pongamos dos datos de cómo, esta pobre gente pasó al protagonismo histórico y a la inmortalidad: Pizarro, el porquero Pizarro, de quien se dice que fue amamantado con leche de puerca; y Benalcázar que huyó a América por haber matado un burro. De porqueros y arrieros pasaron a un rol de emperadores desorbitadamente enriquecidos por la audacia de sus conquistas. El resto de inmigrantes traían sus oficios artesanales, que muy pocos lo ejercieron, porque se convirtieron en militares y en nobles explotadores, insistamos, según el imaginario de los señores de donde habían logrado escabullirse.
Esta gente de oficios bajos, en la propia península, como no podía subsistir con su oficio, tenía como alternativa el enrolarse a esas milicias del feudalismo y de las cruzadas, donde ganaba algo más. Lo mismo hace ahora un artesano o hijo de artesano depauperado en el Ecuador actual. Su “salvación” económica, y casi, familiar, está en ingresar a la policía o al ejército. Es un mercenario disfrazado de servidor a la patria. No se da cuenta que entra al servicio del poder. Por esta misma razón, los artesanos que lo fueron en la península, en la conquista tomaron armas blancas y armas de fuego, con lo cual aseguraron sueldo y escala social, y muchos llegaron al poder.
Nuestro autor Vicente Navarro del Castillo, con un claro criterio sociológico apunta que los relatos fabulosos oídos de la boca de los primeros emigrantes al Nuevo Mundo, sobre oro, plata, mitos fantasiosos; y mujeres a disposición sin represión de la religión, operaron como sustento motivador entre los ideales que vivían dentro de un mundo de pobreza. “Pero mayor atracción producirían esos relatos escuchados, no de labios de desconocidos, sino de los propios hombres de la tierra, pecheros o hidalguillos empobrecidos, que sin una blanca en los bolsillos marcharon a ultramar y volvieron con talegones repletos de buen oro y con una ostentación lujuriosa e incitante” (Navarro, p. 19). Esta misma conducta se observa a la inversa en nuestros actuales migrantes que envían las remesas y vuelven a sus pueblos a conversar que conocen Estados Unidos o que han viajado por toda Europa, redescubriendo un mundo lleno de comodidades y hasta experimentando instintos sexuales con mujeres exóticas, muchas de las cuales se han embarazado y han formado hogares como un acto de reversión histórica. (O)