En el Aleph de Borges / Luis Fernando Torres
A uno de los más grandes cultores de la lengua española, Jorge Luis Borges, le apareció el espacio cósmico cuando descendió al sótano de la casa del poeta Carlos Argentino Daneri, de la calle Garay. Se le posó sobre su mirada absorta, en una esfera de dos centímetros de diámetro. Se trataba de “uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”. En ese, al que llamó gigantesco instante, vio “millones de actos deleitables o atroces”, sin que ninguno le asombrara como “el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”. Todo fue simultáneo: el populoso mar, el alba, la tarde, las muchedumbres, la nieve, el tabaco, un cáncer en el pecho, la noche, el día, los sobrevivientes de una batalla, la circulación de su oscura sangre, el engranaje del amor, la modificación de la muerte. A tan sublime y, a la vez, desconcertante sensación, le llamó Aleph, en su célebre cuento, escrito en 1949.
Con el relato de esa visión imaginaria del gran Borges, se le abre al ser humano un amplio mundo de posibilidades, dado que el Aleph puede ser el universo mismo o la simple proyección de los sentidos humanos al más pequeño punto de luz. Estar allí y verlo, aunque sea imaginándolo en un cuento, es una oportunidad reservada a unos pocos. Y a él se le presentó poco antes que la edificación, donde se encontraba el sótano, fuera demolida.
Borges dice haber visto el Aleph y, además, mirado, en simultáneo, una infinidad de hechos, al mismo tiempo. No cabe duda que fue su imaginación la que recreó todo. ¿Cuántos podemos decir que alguna vez hemos tenido la oportunidad de ver algo parecido al Aleph? Y si la oportunidad se nos ha presentado, ¿qué hemos logrado mirar?
Se cree que es una pérdida de tiempo ocuparse de Alephs en una época en la que no existe tiempo ni lugar para detenerse, fijar la mirada y acercarse a un fenómeno único e irrepetible, intangible e inasible, aunque pudiera presentarse en el tamaño de una esfera de dos centímetros de diámetro. Sin embargo, el cuento de Borges no ha perdido actualidad. Se lo lee con atención y se sigue comentando sobre su genialidad de aproximarse con los sentidos humanos, en simultáneo, a infinitos hechos distintos y contradictorios.
Al final, Borge dice: “yo creo que hay otro (o que hubo) Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph”. (O)