Enseñar a estudiar / Lic. Mario Mora Nieto
“Una de las finalidades de la escuela en todos sus niveles, dentro de sus campos de acción y objetivos, es enseñar al educando a estudiar. Es impresionante la forma como la escuela descuida este aspecto tan decisivo en la formación del educando. El cómo estudiar debería iniciarse en los bancos de la escuela primaria, toda vez que es lo que va a posibilitar la autoeducación. Enseñamos de todo, menos a estudiar”. –I. G. Nérici-
Uno de los principales factores para que se produzca esta anormalidad es la falta de interés por la lectura, a sabiendas que la lectura es el camino idóneo para el aprendizaje y el desarrollo de las capacidades intelectuales. Ya lo decía Richard Steele: “La lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio es para el cuerpo”.
Se debería inculcar en los niños y los adolescentes la inclinación por la lectura incluso como una forma de distracción. La mente se debe formar leyendo intensamente.
Ya lo decía San Agustín: “Cuando oramos, hablamos con Dios; más, cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”.
Para desarrollar esta destreza se recomienda la formación de clubes de lectura que pueden funcionar adscritos a la biblioteca del colegio conducidos por profesores especializados en técnicas de lectura y que sean permanentes motivadores.
Cada sesión puede constar de la presentación resumida de un libro leído por uno de sus miembros, después de lo cual se abrirá un debate técnicamente conducido para habituar al alumno a la discusión objetiva.
Los libros seleccionados para este taller deberían ser tanto obras clásicas como obras de actualidad que despierten el interés general.
La lectura debería ser un “eje transversal” de todas las asignaturas.
Por cierto, influye decisivamente la motivación tanto en la escuela como en el hogar.
En la escuela no hay que olvidar que los trabajos de clase sólo derivan en aprendizaje efectivo cuando son ejecutados con la participación directa del estudiante. De ahí la necesidad de motivar, de concretar, de adecuar las clases para que se produzca esa participación. Bien lo afirma Badewey: “Se aprende haciendo”.
El hogar debe ser, también, un gran motivador para estos hábitos de estudio. Tanto en la lectura como en la ejecución de las tareas. No hay que ofrecerle una recompensa material, el mejor pago debe ser la verdadera satisfacción de cumplir a cabalidad su cometido.
Por cierto, no hay que utilizar recursos negativos como fuerza motivadora; porque generan inseguridad inhibiendo o volviéndole agresivo al alumno. No es buena norma la de echar mano de amenazas y castigos para que el alumno haga lo que debe hacer.
“Lo que cansa y se estudia a disgusto se aprende mal”. –Unamuno- (O)