Ensoñación democrática

Columnistas, Opinión

Las posiciones antagónicas intra grupales empiezan a aparecer. Como por arte de magia, la armonía, la consideración y el respeto se verán confrontados -cada vez con mayor fuerza- mientras avance el proceso de campaña y la trama se siga extendiendo hasta agotar el conteo del último voto y el sonido del último grito de apoyo electoral.

Vencido ese plazo, la normalidad retomará aliento y las expresiones subidas de tono, recuperarán la madurez y la solvencia, para volverse reflexión, reconocimiento y sugerencia.

En aquel lapso, nada difícil será encontrarnos con opiniones divididas. Con  apreciaciones divergentes y justificaciones explicativas que, por todos los medios empujarán a la obsesión de creernos “dueños de la verdad” y “eruditos” en la interpretación estadística, cuando no en el manejo político; amén de nunca haber intentado ni tan siquiera leer la primera página de “El discurso del método”, para permitirnos elucubrar cómo -en su momento- las disciplinas técnicas y las filosofías, discrepando unas de otras, no llegaron al objetivo, ni a presentarse con la absoluta certeza que se pretendía.

De hecho, René Descartes en su proyecto filosófico, procura evitar las especulaciones sin sentido y los razonamientos sin fundamento.

Por ello, pasado el tiempo, qué vacío suena el apretado discurso de un tik tok que, no hace mucho, retumbaba espléndido en oídos de seguidores y curiosos que aclamaban con fe y optimismo, el emotivo anuncio de cambio y libertad.

Escondida en el cliché de la justificación y la ausencia, la expresión política del liderazgo que aglutinaba masas, hoy, apenas si es escuchada por unos cuantos impulsores propios y bloqueada, por más de uno de los desilusionados ciudadanos que finalmente fueron abandonados a propia suerte.

Pero, más allá de lo que pudiera suponerse, quedan todavía creyentes que se santiguan con cada frase que la escuchan cercana y posible a su entender. Es parte del artilugio y, por ende, fundamento devocional del voto.

Sin apartarnos de la línea, la precipitación, ciudadanamente hablando, siempre será mala consejera y por lo mismo no debemos admitir como verdadera -cosa alguna- sin conocer con evidencia que lo es.

Precisamos partir de principios racionalmente incuestionables, es decir, claros y perfectamente inteligibles, para acercarnos a la verdad y evitarnos el dolor del engaño y el abandono de la fe y la esperanza.

No es posible que sigamos de tumbo en tumbo, alimentando anhelos e idolatrando “señuelos”.

Estamos llamados a superar el dualismo “mentira-verdad”, “prueba y error”, porque el tiempo disponible para ejercer la magistratura de gobernabilidad es tan corto, que solo servirá como medio para relanzar un nuevo propósito de enmienda que sacuda las bases de la democracia y nos reubique en el andarivel de la superación y el progreso.

En ocasiones, es pertinente retomar el paso que avanzar raudo sin meditar lo suficiente.

Si acudimos a insinuaciones y pronunciamientos serios, de estudiosos, editorialistas y politólogos que “aconsejan” mirar con buenos ojos el texto constitucional que fuera nuestro norte, antes del “novedoso ensayo del 2008”. Bien podría esa sugestión convertirse en leitmotiv que de paso al necesario revisionismo normativo que tanta falta nos hace.

El Libro Sagrado sostiene que “los tiempos de Dios son perfectos” y esa palabra invita a considerar la oportunidad de mejorar lo que está defectuoso, porque, equivocarse no es malo; dejar de reconocerlo y evitar enmendar, sí lo es.

No parece tan descabellado -entonces- intentarlo. Todo es cuestión de proponerse, avanzar y hacer realizable el sueño de muchos; a fin de retomar el sendero de paz, solidaridad y superación que tanto añoramos.

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