Entre dos polvos, la vida /p. Hugo Cisneros
«Eres polvo y en polvo te convertirás». Fueron las palabras que en silencio y con reverencia escuchamos aquellos que solemos mostrar la ceniza del miércoles pasado que tapa «religiosamente» el carnaval, el que muchos han convertido sin existencia y que, añorando la originalidad de la vida, quieren reencontrarse consigo mismos, con los grandes valores que orientan la existencia, con nuestro origen y con nuestra meta final.
Pero muchos no pasaron de fijar su atención y reflexión sobre el polvo, el de nuestro origen que infundido por el soplo de Dios se convirtió en persona, se hizo yo, se hizo mi existencia y el de nuestro final, que sin el soplo de vida, es polvo inútil, es tierra húmeda sin horizonte, sin rumbo, casi sin sentido. Es bueno, que en esta ocasión miremos mejor aquello que hay entre los dos polvos y que se constituye en nuestra única y real tarea: la vida.
Muchos, por detener su mirada en el polvo que son, pierden la valoración de la vida. Nunca lo «miserable» que existe en nuestro ser puede opacar la grandeza de nuestra existencia, seguirá siendo un polvo con invitación a ser limpiado para que brille mejor la grandeza de todo ser humano. Muchos han caído en el extremismo de vivir la dimensión del polvo, que es razón de nuestro origen y de nuestro destino, olvidando que lo que hace ia grandeza del hombre es su calidad de ser pensante, de ser espiritual que son las dos dimensiones esenciales que hacen nuestra vida.
El hombre «pensante y espiritual» descubre que la única vocación que él tiene que alcanzar es vivir. El hombre, aun cuando el universo lo aplastara, lo hiciera polvo, sería todavía más noble de que lo que lo mata «pues sabe que muere = se hace polvo, y el universo nada sabe de la ventaja que tiene sobre él». Por enormes que sean las miserias o Polvos del hombre, son las miserias de un ser desposeído».
De la angustia que produce en el hombre esta situación de miseria y de polvo el ser humano descubre que la vida es una dimensión que puede liberarse del peso de todo polvo y aparecer, por voluntad de nosotros, en toda su dimensión de bondad y belleza que ella posee.
De aquí arranca el gran reto que tiene todo hombre: o vivir pegado a las miserias o polvos que lo atan o vivir liberado de ellas en un constante esfuerzo de realización y superación de su estado angustioso que lo domina.
El polvo que éramos y el polvo en que nos convertiremos son el signo más elocuente del «reposo o estaticidad» pues convierte al hombre en un ser «sin pasiones, sin que hacer, sin diversión y sin explicación». Cuando entre sus polvos el hombre descubre el valor de su existencia y de su vida, entra en «movimiento» hasta ingresar en una existencia superior que es Dios-vida, que es Dios-existencia por eso la Biblia afirma que el Dios del hombre es un Dios de vivos, es decir de movimiento y no un Dios de muertos es decir de polvo o reposo.
Sin ese horizonte superior del Dios-vida el hombre se convierte en una criatura nacida solamente para enterrar muertos-polvo hasta que alguien etJrnpla con ese deber necesario de enterrar su polvo en el que ha terminado. El miércoles de ceniza que ya pasamos es por lo tanto un gran llamado a redescubrir la vida, en valorarla en su verdadera dimensión, para «trascenderla» hasta llegar a la comunión definitiva con la Vida plena que es Dios».
Por estas últimas razones el miércoles de ceniza no está hecho para la gente religiosa, sino para la gente creyente, pues el hombre simplemente religioso ha «cumplido» ha realizado un «acto. más en su vida», mientras que el creyente ha proclamado su fe honda en la grandiosidad de su ser que, estando prisionero de dos polvo, es capaz de superarlos y transformarlos en «polvo con ansia de infinito» (Pemán).
El miércoles de ceniza ya pasó, el polvo de ceniza fue lavado, porque es fácil limpiar los polvos de nuestra existencia, queda en nuestras manos la gran tarea de nuestra vida. Más que lamentar por nuestros polvos, festejemos el gran don de la vida. (O)