Entre la espada y la pared
¡No importa que la luz se apague, sino que el entendimiento no se encienda!
El momento parece propicio para refrendar que el verdadero valor no está en lo que nos rodea, como la luz física o el ambiente externo, sino en nuestra capacidad de comprender, reflexionar y obtener sabiduría.
Aunque -temporalmente- podamos perder recursos materiales (como la luz o el petróleo), lo esencial es no perder la claridad mental o el discernimiento. Vale decir, la cualidad de lógica o de búsqueda de la verdad.
Porque si nos abandona, esa capacidad de advertir, argumentar y reflexionar, no solo que caeremos en un estado de postración natural, sino que habremos perdido la esencia vital: la razón de ser y de existir.
Si tan solo abandonásemos por un momento ese comportamiento ambiguo y restrictivo, mezquino, tan propio del proceder empecinado en encontrar en otros al causante de nuestros males, olvidando por entero nuestra participación o pasividad en el asunto, ya habríamos alcanzado un escalón más hacia la cima en esa gradación que importa a la propia e insustituible superación.
Es tiempo de ejercitar una llamada a la introspección. A veces, las distracciones externas (como la falta de luz) pueden desviar nuestra atención de lo verdaderamente importante: el cultivo de nuestro pensamiento crítico, nuestra capacidad de aprender y de crecer internamente, incluso cuando las condiciones externas no son ideales.
Consecuentemente el enfoque no debe estar en lo que nos falta materialmente, sino en lo que cultivamos interiormente.
Y, sin lugar a duda, somos amantes de la libertad, de la honestidad, de la solidaridad, de la paz y de la justicia. De suyo, la capacidad de pensar, entender y aprender es lo que nos guía y nos permite encontrar luz incluso en la oscuridad.
Las indecorosas propuestas de incrementar subsidios como parte esencial de las incipientes campañas políticas no son sino una advertencia más de esa oscuridad a vencer.
Necesitamos certezas y evidencias que nos permitan no solo compartir el horizonte, sino ser parte del día soleado, de la esperanza sentida y de la seguridad de vida.
Si hay un tiempo que nos demanda a no equivocarnos, es este.
No podemos dejar de mirar ni de escuchar lo que ocurre en nuestras fronteras, en las cercanas naciones y la región. No podemos ni debemos incurrir masivamente en un harakiri, simulando el código ético de los samuráis.
La suerte está echada. Las opciones son claras. O salimos juntos arrimando el hombro y respaldando las cosas positivas de las que ahora somos actores o testigos, o nos hundimos nuevamente en la experimentación del ilusionismo y el cántico agorero que tanto daño nos ha irrogado. (O)