Epílogo peruano / Esteban Torres Cobo
¿Qué pasa por la mente de una persona antes de apretar el gatillo que le pondrá fin a su vida? ¿Qué siente el cuerpo, o qué sensación extraña recorre la espalda, cuando se apunta un arma en el cuello, sabiendo que la bala terminará adentro, en el cerebro que alguna vez sirvió para resucitar un partido político y ganar dos veces la presidencia del Perú?
Evidentemente no tengo pruebas para demostrar su inocencia ni para poner las manos al fuego por él pero, hasta que Alan García decidió acabar con su vida, nadie las había presentado en instancia judicial alguna. Su detención sí iba encaminada al circo rápido y a la comidilla de idiotas, de esos que gozan, celebran y viven del escándalo diario y siguen, como sanguijuelas, ansiosos por más. Avivada por fiscales y jueces sinverguenzas que necesitan trofeos para justificar su sueldos públicos a fin de mes.
Probablemente muchos no estén al tanto, pero la prensa peruana es de la peores pestes que existen en Latinoamérica, especialmente la rosa. Allí no solo sacrifican futbolistas y presentadora de televisión diariamente, sino que incluyen a los políticos en el fango del show. El panorama es verdaderamente patético.
Que el último acto de García haya sido con pecado de por medio lo sabremos más adelante. Sin embargo, mucho reconozco el hecho de terminar con algo que, luego del momento de la detención, nunca volverá a ser igual. Si no hubo pecado, es el epílogo más elegante de un político en las últimas décadas. (O)