Estamos en Tiempo de Cuaresma / P. Hugo Cisneros C.
La Iglesia Católica dedica unos cuarenta días (cuaresma) para que nosotros, sus fieles, aprovechemos para la Reflexión, la Meditación, el Reajuste de nuestras vidas a la voluntad de Dios y de Cristo y para que nos preparemos a la celebración de la PASCUA DE JESUCRISTO, fiesta principal de nuestra fe.
Comparto, con Uds. mis lectores, algunos pensamientos que nos pueden orientar para saber aprovechar este tiempo de gracia que Dios nos da.
– Cuaresma, tiempo de descubrimiento
Hemos dado inicio a un tiempo diferente en nuestro caminar de hombres de fe. Es un tiempo diferente pues en él Dios se manifiesta de manera especial con sus gracias, continuando su llamada a la salvación.
Es un tiempo diferente, pues estamos invitados a centrar nuestra reflexión y vivencias cristianas, de una manera especial, en el misterio central de nuestra salvación que es la muerte y resurrección de Jesucristo.
El hombre originario
Al comenzar el camino de la Cuaresma. Dios nos invita a recuperar la verdadera imagen del hombre originario, es decir, el hombre “como salió de las manos de Dios”, y cómo “quiso ser él por su propia voluntad”.
El hombre originario nació dualizado: imagen de Dios y vencido por el mal (serpiente). Desde entonces llevamos dentro de nosotros la lucha de esas dos fuerzas interiores: la del bien y la del mal.
Como imágenes de Dios, nacimos como hijos de Dios, nacimos con un destino bien claro de ser felices; esto se plasma en la imagen del paraíso en el que Dios coloca al hombre (1ª Lect.). Fuimos hechos con un poder de dominio sobre todo lo creado. Nuestro ser originario nace “dependiente” del Autor de la vida, del que “sopló en su nariz un aliento de vida. Es una dependencia total: “sin Él nada somos”, “en Él nos movemos y somos”.
La riqueza mayor en nuestro ser originario es haber sido hechos varón y mujer, con una natural inclinación a la comunicación, a la interacción y a la comunión de vidas, de personas. El hombre, vencido por la tentación, nace bajo la marca del mal que condiciona su vida, que daña su relación originaria con Dios, con la naturaleza, consigo mismo, con el universo.
Desde entonces siempre el hombre será tentado a dejar de ser él mismo, para convertirse en “dios”, en dueño y definidor de la vida y de la muerte: “Ser como dioses…”. (O)