Expectativas
Cuenta la sabia y milenaria filosofía oriental que todos sin excepción albergamos expectativas, tantas que son incontables: sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre cosas en concreto, sobre el mundo en general. En dos palabras, vivimos de expectativas. Pues, le aconsejo que se desprenda de todas ellas ¡YA! Cuantas más expectativas tenga, más interferirán en la construcción de una vida armoniosa y feliz.
Si, por ejemplo, planeó unas vacaciones en la playa y llovió todos los días, lo que en realidad le echó a perder las vacaciones fueron sus expectativas frustradas de buen tiempo, no el tiempo en sí. Si sus padres están decepcionados con usted porque se graduó de violinista a pesar de su insistencia en verlo ejerciendo de médico, la decepción que ellos guardan no se debe a la decisión que usted tomó sino a sus expectativas frustradas (las de ellos). Tal vez su cónyuge le disguste porque no siempre se comporta o reacciona como a usted le gustaría, pero en realidad le disgustan sus propias expectativas frustradas sobre el comportamiento de su cónyuge, no su cónyuge en sí.
De hecho, si piensa en los momentos de malestar que ha experimentado en su vida, estoy seguro de que verá que muchos de ellos se deben a las expectativas que usted tenía.
Fenómeno este, psico-filosófico, que tiene que ver con los gustos personales, o sea, con aficiones y aversiones. Pongamos el caso de una afición por una comida versus una aversión a un plato concreto debido a una alergia o a su sabor, o una afición por una amistad versus una aversión a una persona determinada que no nos agrada. Ahora bien, necesitamos tanto las aficiones como las aversiones para funcionar biológica y socialmente, pero si las llevamos demasiado lejos ya no reflejarán un comportamiento normal y se volverán en nuestra contra. Las aficiones pueden transformarse en obsesiones y las aversiones en prejuicios.
Es lo que pasa con Rafael Correa. La afición exagerada de algunas personas por este personaje se transformó en obsesión al punto de permitir dejarse manipular por un delincuente que solo se limita a negar sin fundamento, aunque desafiante, la infinidad de delitos que cometió y que permitió que se cometan cuando fue presidente. Esa afición desmedida les obliga a no reconocer lo obvio, encubrir sus fechorías y convertirse en cómplices.
Fíjese en cambio en el comportamiento de los simpatizantes de presidentes opositores como Lenín Moreno o Guillermo Lasso quienes, primero, reconocieron con madurez los errores y desaciertos de sus líderes y, segundo, no se obsesionaron con defenderlos ciegamente ni se idiotizaron pretendiendo idealizar sus figuras hasta poner en entredicho su propia dignidad y sentido común.
Conclusión. En ningún escenario de la vida vale la pena aferrarse a una expectativa hasta convertirla en obsesión, menos en política y mucho menos aún por un individuo en particular que además de estar seriamente cuestionado, ni siquiera conoce su nombre ni sabe que usted existe. (O)