FANÁTICOS / Mario Fernando Barona
Fanático, de acuerdo con la definición de la RALE, es aquella persona que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás. Bajo esta concepción, a nivel político podríamos decir que fanático es alguien que defiende lo indefendible aún a costa de su propia reputación y buen nombre al cegarse a las evidencias y respaldar a corruptos. Por estas razones, algo que jamás entenderán los fanáticos son los conceptos de integridad y coherencia, es decir que primero y ante cualquier circunstancia está el mostrarse recto, honrado y decente manteniendo sindéresis entre el decir y el hacer.
Esto lo digo porque es pertinente hacer notar un detalle particular y sobresaliente que en política identifica de cuerpo entero a fanáticos irracionales (perdón la redundancia), como los correístas, versus aquellos que procuran pensar y actuar objetivamente.
Durante los diez años de gobierno correísta hubo infinidad, recalco, infinidad de casos denunciados de corrupción (varios de ellos los más grandes de la historia republicana) de parte de ministros, funcionarios y colaboradores cercanos a Rafael Correa, y por supuesto de él mismo, a los que siempre sus fanáticos seguidores negaron ciegamente y continuaron apoyándolos incondicionalmente hasta el día de hoy. Ahora, durante el año y medio del gobierno lassista también han saltado a la luz varios escándalos de corrupción como el del exministro de energía Xavier Vera, para citar solo el último, con la pequeña gran diferencia que muchos de quienes apoyamos electoralmente a Guillermo Lasso lo hemos encarado siendo muy críticos con varias de sus decisiones, así como también expresado nuestro rechazo a mantener a ese tipo de funcionarios con serios cuestionamientos de corrupción o que fueron parte de ella. Eso es integridad: no casarse ciegamente con alguien o con algo por capricho o conveniencia.
Ah, pero los fanáticos correístas, mientras que con los casos de corrupción del actual gobierno sacan las garras y buscan a toda costa su destitución, con los suyos propios callaron y siguen callados. Eso en cambio es incoherencia: sesgarse irracionalmente a una postura, señalando la paja en ojo ajeno sin ver la viga en el propio.
Y está bien apoyar una causa, incluso está bien equivocarse al hacerlo, lo que no es correcto es seguir haciéndolo a pesar de las toneladas de irrefutables pruebas de ineficiencia y delitos que pesan en contra de aquella y de sus protagonistas.
Sepan todos esos fanáticos que por el solo hecho de respaldar a una banda de mafiosos, ante los ojos de millones ya perdieron toda credibilidad, probidad y respeto.